ESPEJOS PARA LA BASE / EDUARDO MANRIQUE
Sprint hasta Seúl
l ciclista protagonizó una meteórica carrera que le llevó a participar en los JJ.00. de 1988 / A su vuelta, el profesionalismo le negó una oportunidad ganada sobre el sillín
Veni, vidi, vici... y bici. Desde que Eduardo Manrique se subió por primera vez a una bicicleta, su carrera se proyectó al ritmo que lo hizo el Sputnik hacia la estratosfera: a toda velocidad. La primera vez que pisó la competición lo hizo con vitola de ganador, como lucen los ases de la baraja. Un anuncio en la prensa anunciaba una carrera en el barrio vallisoletano de La Rubia. Esas palabras grabadas sobre papel de periódico cambiaron el sino del ciclista cuando apenas tenía ocho años.
Una BH Supercil, regalo de Reyes, acompañó a Manrique en su primera victoria. Dos años después el niño prodigio del pedal ya era campeón de España de escuelas. El prólogo de la historia del ciclista comenzó, nunca mejor dicho, sobre ruedas. El deporte del pedal se convertía en el pan de cada día en el barrio de Pajarillos, donde cuatro hermanos y un primo (el también ciclista José Luis Santamaría) compartían una pasión además del ADN.
El nivel subió de intensidad cuando Antonio Blanco les reclutó para el equipo de Fasa Renault. «Nos inculcó una disciplina casi militar -bromea-. Nos hacía estar a las 10 en la cama y si no aprobábamos nos castigaba. Fue un padre educador y un director», recuerda Eduardo Manrique que reconoce que el ciclismo «fue un juego hasta cadetes. En juveniles ya era un sueño con ambiciones de llegar a ser algo más».
La explosividad del vallisoletano le llevó a ganar un centenar de carreras por toda España como amateur. Muchas de ellas las tiene guardadas bajo llave en su baúl de los recuerdos, como la conseguida en Polanco. «Me caí a un arroyo. Me destrocé la cara y con una bicicleta de recambio cogí al pelotón y gané la carrera». Una muestra de la pasión que rezumaba de cada pedalada del pucelano.
Con el salto al profesionalismo esperando con un ramo de flores a la vuelta de la esquina, Gabriel Saura le dijo que le quería en el equipo nacional. «Unos JJ.OO. son una cita ineludible. Es una meca para todo deportista y decidí quedarme en amateur un año más». No sin antes firmar un contrato con el CLAS para unirse al equipo a final de temporada.
Después de ganarse sobre la carretera (con victoria incluida una carrera preolímpica en Lasarte) un hueco en la selección imprimió un billete de avión a Seúl, donde le esperaba el tigre Hodori (mascota de los JJ.OO.) y un reto para el que los españoles no estaban preparados: «Éramos muy inexpertos, aunque Saura nos dio muchas opciones de correr en el extranjero. La distancia de 220 kilómetros cuando aquí eran de 100 se nos hizo muy larga... y luego los demás eran corredores profesionales con licencia amateur», recuerda Manrique que aún hoy lamenta no haber apretado en la última escapada de diez corredores. «No esprinté y de eso sí que me arrepiento», reconoce. Cruzó la meta en el puesto 52º, el mejor tiempo nacional.
A su vuelta a España, con un currículum brillante, La burbuja que había tallado explotó sin explicación. «Cuando vuelvo de Seúl me encuentro en la calle. No me quiere ningún equipo», relata. CLAS se desmarca del precontrato y encuentra acomodo en el Helios, donde firma en su primera temporada siete podios, una etapa ganada en la Vuelta a la Rioja y termina el año como segundo mejor neoprofesional del país. Lejos de llegar una nueva oportunidad recibe un nuevo desengaño (o engaño) por parte de Caja Rural. Fue en ese momento, con 26 años, cuando decide tirar la bicicleta: «Donde íbamos estábamos arriba y recibía palazos en la cara sin haber hecho daño a nadie. Me aparté totalmente», recuerda. Lo hizo sin ninguna cuenta pendiente personal por pagar a la salida: «Lo di todo por el deporte. Hasta el 100%. Lo malo hubiera sido si te quedas con la cosa de poder haber entrenado más. No me queda resquemor ni fracaso. Hice todo lo posible por estar ahí», reconoce.
Después de muchos años apartado del mundo del pedal y las dos ruedas, Eduardo Manrique ha vuelto para coger el manillar de un histórico como el Velo Club Delicias; un cargo que aceptó después de la invitación de Paulino Tejero: «Cuando te gusta tanto el ciclismo es difícil decir que no. O lo coges o se muere el ciclismo de Valladolid. Cuando salíamos nosotros a correr salíamos 200 chavales, ahora son 40», estima. Volver a sentir el calor de la competición ha sacado de su letargo al gusanillo de la bicicleta: «Me volvió a picar el gusanillo y, poco a poco, he salido a hacer unos pocos kilómetros para mantenerme en forma y sin más expectativas que llegar a casa y tomarme una cerveza», bromea el último ciclista olímpico de Valladolid.