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Redacción de Valladolid

El golpe de la aristocracia

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LA VIÑETA de Ricardo ayer en este periódico refleja con meridiana claridad parte del golpe de mano contra Pedro Sánchez. Un expresidente aristócrata y una presidenta andaluza desleal entran en el despacho del primer líder del PSOE elegido por los militantes para expulsarle al grito de «todo el mundo al suelo»: se parecen a Felipe González y a Susana Díez.

El método utilizado contra Sánchez podría compararse al de los afines a Óscar López contra Julio Villarrubia en abril de 2012 si se ignora la distinta coyuntura y al menos tres elementos diferenciales entre el golpe contra el palentino en Castilla y León y el ocurrido este miércoles en Ferraz: el dirigente nacional fue elegido por los militantes y no solo por los delegados; Sánchez forma parte «del bando» que se opone a que Rajoy vuelva a gobernar, y la debacle electoral del golpeado ahora no tiene parangón ni precedentes.

La inmensa mayoría de los dirigentes se olvidan demasiado de los dirigidos cuando ya detentan el poder. No sólo en la política. También en el mundo empresarial, en el sindical y hasta en ámbitos tan reducidos como una comunidad de vecinos.

Ex presidentes del Gobierno y del partido se arrogan a veces poderes excesivos contra el líder de turno; como si el valor de su opinión fuera mayor que el de un militante. Pasa en el PSOE y en el PP. Con González, con Zapatero y con Aznar.

A Sánchez le han querido descuartizar los grandes poderes económicos por pretender un Gobierno alternativo y no abstenerse. Y buena parte de la aristocracia de su partido se ha sumado a ese clamor para que Rajoy pueda gobernar. Una alianza sin precedentes, cuyo desenlace es incierto.

Hay una preocupación en la derecha por la desintegración del PSOE. No la comparto. Hay tanta pluralidad en la izquierda que el Partido Socialista de hoy es una fuerza prescindible, salvo para sus afiliados, para muchos votantes honestos y para algunos nostálgicos de disciplina ciega. Como lo fue el CDS a pesar de la inquietud que generó su debacle.

Pero el fin no justifica los medios. Y menos cuando un grupo de barones pretende acabar con quien fue elegido por los militantes. Lo peor del golpe y de esta guerra civil es que la preocupación se centra sobre todo en la vida del partido y no en la de las personas. Endogamia mezclada de olvido de la democracia interna. Un buen número de políticos siguen dedicando más tiempo y esfuerzo en estas batallas que en los problemas cotidianos. Como si la crisis fuera ya algo del siglo pasado.

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