Fiesta del vino en Cigales

ESTE FIN de semana celebra Cigales la 37 edición de la Fiesta de la Vendimia, a la sombra de su imponente catedral del vino. Y lo hace echando mano del reclamo de la artesanía y de la música tradicional, en un giro hacia el rescate de aspectos vernáculos vinculados con la cultura vinícola. Parece como si la celebración estuviera haciendo un guiño a uno de sus promotores iniciales, Pablo Barrigón, quien a su condición de bodeguero audaz sumaba el parentesco con una figura intelectual como Antonio Tovar.

Para quienes estos días visitan la villa, los bares ofrecen la tentación del Pincho Uvero, que alcanza su sexta edición. Pero, sobre todo, la capital vinícola del Pisuerga ofrece la oportunidad de descubrir algunos de sus secretos. La plaza del Lagunajo es punto de partida para los recorridos por Cigales. Una zona rehundida sobre la que se alza el atrio de la iglesia, asentado sobre una arcada que en otro tiempo albergó las carnicerías y más tarde fue refugio de indigentes. Allí asoman las torres barrocas de la iglesia de Santiago y la portada clasicista de los Praves con un Matamoros carcomido por la intemperie. La plaza tiene una parte alta, que llaman Mayor, y luego el hondón del Lagunajo. Con todo, apenas permite calibrar con amplitud la dimensión catedralicia del templo.

Las bodegas de Cigales tienen un cañón con mucha pendiente, para conseguir profundidad, porque el terreno resulta de poco fiar. Queda, a punto de perderse en la ruina, la bodega modernista del Obispo, con su blasón de racimos. También hubo cuevas habitadas hasta no hace mucho, en las calles altas de Chamberit y Ronda del Obispo. Y al otro extremo, un palacio torreado de los condes de Benavente, al que venía la Corte a deleitarse. De aquel recinto señorial apenas se conservan los cubos fuertes de sus ángulos, que asoman a la ronda de los colegios. En la calle de las Tercias se alza la antigua iglesia protestante, que conserva su empaque, aunque fuera alterada y recrecida para alojar viviendas.