Diario de Valladolid

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HOY, que se celebra el día de la Comunidad con fasto comunero y gran bullicio entre los políticos de cualquier signo, quizá convenga recordar que no todo es tan bonito como puede parecer si confundimos la identidad con una romería sin santos (aunque con héroes, que son algo parecido) o la cultura castellano y leonesa con la tortilla devorada por grupitos. Y no olvidar que, hace no tanto tiempo, había partidos cuyos representantes no asomaban por la campa y que casi lo primero que dijo un presidente de esta región al tomar posesión de su cargo fue que «no se gastaría un duro en Villalar».

Pero Villalar resistió a vicisitudes como éstas y hoy Castilla y León aguanta según puede los embates de las crisis y la amenaza de más recortes que sobrevuela sobre nuestras cabezas. Soy de la opinión de que uno de los mayores riesgos para la buena salud de nuestra Comunidad no está en los males que nos puedan caer desde fuera, a lo cual estamos acostumbrados, sino en la extraña mezcolanza de autocomplacencia y masoquismo que a menudo parece haber caracterizado a quienes pretendían defender lo castellano.

Pues se trata de dos caras de una moneda que se complementan para acrecentar la ignorancia sobre nosotros mismos: hablo, por un lado, de la intocabilidad de ciertos clichés ligados a ‘iconos’ regionales, sean supuestos atributos de lo castellano y leonés, emblemas o personajes. Ahí nuestra capacidad crítica brilla por su ausencia de modo que no se puede cuestionar esto o aquello, a fulanito o menganito, aunque se desconozca casi todo de unos y otros. Y habrá que superar tal ceguera, tan semejante al fanatismo de aquellos cristianos viejos que nunca habrían leído una biblia.

Por otro lado, se encuentra esa tendencia a rendirse ante un secular fatalismo agrario o flagelarse por nuestra escasa iniciativa empresarial, mientras lamentamos el conservadurismo a ultranza e irredento de un campesinado supuestamente anclado en el pasado más remoto. Y Castilla y León es mucho más, aunque desde aquí con frecuencia no sepamos verlo ni apreciarlo.

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