Diario de Valladolid

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COMO TANTOS miembros de la generación del 36, Antonio Tovar vivió varias vidas. Además, hablaba alemán. Eso le dio un protagonismo inesperado en las relaciones de Franco con Hitler, de cuyo encuentro en Hendaya se cumplió el viernes el 75 aniversario. Dirigente estudiantil republicano, amplió conocimientos en París y en Berlín y participó en el crucero estival por el Mediterráneo fletado para la élite universitaria. De Berlín volvió seducido por el nazismo. Se incorpora al Valladolid en guerra y asciende los peldaños del nuevo Régimen, hasta alcanzar la subsecretaría de Prensa y Propaganda con el todopoderoso Serrano Suñer. Sin descuidar el doctorado y el acceso a la cátedra, apenas concluida la guerra.

En Valladolid trató de poner orden en la propaganda y se encontró con un tiro, que lo dejó cojo por vida. Se lo dio Conrado Sabugo, omañés de Vegapujín en el clan de Girón. Fue intérprete en los encuentros de Franco y Serrano con Hitler y Mussolini, aunque en la estación de Hendaya lo dejaron en el andén. Luego se dedicó a sus filologías, sin abandonar el falangismo doctrinal. En el quinquenio de Ruiz Giménez (1951-1956), fue rector de Salamanca y recuperó la capacidad de otorgar el título de doctor, que la ley del zamorano Claudio Moyano había restringido a la Central. Estrenó el privilegio concediendo el doctorado honoris causa a Franco. Diez años más tarde, Ridruejo anota con amargura su decepción por la actitud de Tovar en los sucesos universitarios de 1965. Ante la expulsión de sus colegas, se limitó a solicitar la excedencia. Es elegido Académico de la Lengua y se reincorpora a la cátedra en 1980.

Su talla como filólogo descuella sobre estas ruindades civiles. Cuando recibió el Premio Castilla y León de Ciencias Sociales, no fue una elección fácil. Su nombre fue sugerencia de Lledó. Entonces era un hombre muy crítico con su pasado totalitario y se mostraba implacable con la opacidad de sus colegas académicos. Ante la petición de auxilio de un nieto, atascado con el manual de Lengua de Lázaro, había llegado a la conclusión de que no había nada que entender.

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