Diario de Valladolid

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ERA uno de estos últimos días de caluroso verano, cuando ya empezaba a atardecer. Varios amigos hablábamos animadamente en el porche de mi casa, mientras la luna iba ganando posiciones sobre nubes y pinares. Y, entre relatos de viajes e impresiones varias acerca de culturas exóticas, surgió el tema: ¿Será verdad que en ciertos lugares la vida individual parece no valer nada en virtud de la visión del mundo que vendría determinada por ciertas tradiciones culturales?

Como resulta difícil –si no imposible– librarse de nuestra propia cosmovisión al evaluar la de los demás, quienes participábamos en la discusión pronto convinimos que –quizás– sí habría una diferencia importante entre el valor que se otorga a la existencia del individuo dentro de la tradición occidental y el que se le concede en otras. La «invención» griega del concepto de «persona» y el reconocimiento paulatino de sus derechos forman parte de esa larga trayectoria que, en el terreno de las leyes, la economía o las instituciones hemos recorrido como europeos. Pero no todo es tan maravilloso como -a veces- puede parecer. Ni todo resulta tan positivo en la concepción de la vida en Occidente.

Hay, por ejemplo, una separación creciente del individuo respecto a otros seres o la misma naturaleza, e incluso en relación con sus congéneres. La escasa reacción –si no insensibilidad– de muchos de nuestros conciudadanos ante los terribles acontecimientos de la semana pasada, en que 71 inmigrantes murieron aplastados en el camión que los transportaba por las carreteras del mundo «más civilizado», constituiría una amarga muestra de ello. El fenómeno no es nuevo: los que ya tenemos una edad hemos conocido el tránsito clandestino de silenciosos vehículos a través de la noche castellana llevando gentes de Portugal o Marruecos hasta Francia.

Quienes vienen ahora son –además– inmigrantes que dejan atrás guerra y desolación, refugiados que huyen de la muerte. Pero eso parece no importarnos demasiado. Se trata de personas con las que no nos identificamos, de una humanidad no del todo reconocida. Es la muerte de otros.

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