La estrella de campos
Más de medio siglo con la cocina encendida. Y desde hace 43 años, en las manos de José Antonio Rayón y Begoña Gómez. Nunca aplaudiremos lo suficiente la llegada del cocinero campurriano a la villa de Frómista para tomar las riendas de un restaurante con alma jacobea, que en el pasado fue hospital de peregrinos y que lleva desde noviembre del 78 siendo una referencia de la cocina palentina y del mapa gastronómico nacional. Y eso solo se puede conseguir con oficio, dedicación y capacidad de evolución, como lo han hecho los Rayón hasta la fecha. Quien tenga la suerte de saborear un revuelto de sesos de cordero con gambas, unos pichones estofados (palominos en Palencia), unas codornices o una perdiz escabechada, una menestra palentina al viejo estilo o una sopa castellana, comprobará cómo es posible mantener de forma inalterable unos platos que tienen tres generaciones de seguidores, entre ellos, un servidor.
Pero hay más. En Los Palmeros, hoy se pueden degustar platos de factura actual como el carpaccio de buey, foie, brioche de pasas y sopa de cebolla, tarantelo de atún de almadraba a la plancha, rape a la marinera y de postre un helado de piñones y miel sobre bizcocho ligero de regaliz. Más que justificados los 45 euros de media en su carta por comensal. Los Palmeros no ha perdido el aire familiar que mantiene intacto Álvaro, un joven bien formado en materia hostelera y en vinos y con un magnífico criterio a la hora de defender la comanda que sus padres crearon en Frómista con fe y razón. No faltan el lechazo ni las legumbres de Saldaña ni el tocinillo de cielo, dulzor sagrado de Los Palmeros. Y una oferta de vinos que demuestra el nivel del jefe de sala y sumiller, Álvaro Rayón, en la que se pueden encontrar un albarín, una mencía, un Cigales o un rosado y blanco de la añada en curso, además de una acertada muestra de Oportos, Riberas, Ruedas, Toros y Arlanzas, entre otros. Una estrella que lleva luciendo en la cocina palentina desde hace décadas. A los de la Guía Roja habrá que desempañarles las gafas tarde o temprano. Un restaurante en el que, al menos, merece la pena comer una vez en la vida. O dos.