La amistad que exalta el vino
Un grupo de 18 amigos apostó por ‘rescatar’ vides viejas para crear un vino muy personal, La Quinta Vendimia. Aquella ‘locura’ afronta su sexto año de vida y tiene visos de seguir con su crecimiento
El vino puede conllevar la exaltación de la amistad, pero en el caso de La Quinta Vendimia fue la amistad la que derivó en la exaltación del vino. Esta pequeña pero creciente bodega soriana afronta ya su sexta campaña con un funcionamiento singular, viejas cepas, sello personal y un respeto máximo por la tradición y el cuidado del medio ambiente.
Todo comenzó en un grupo de 18 amigos, cada cual con sus profesiones y quehaceres. Entre ellos estaba el enólogo Narciso ‘Chicho’ Ossa, enólogo, que desarrollaba su trabajo en una bodega de buen tamaño en otra Comunidad. Pero surgió la oportunidad de trasladar su pasión a la Ribera del Duero, a San Esteban de Gormaz, y hoy es una realidad en aumento.
«Un grupo de colegas de Soria nos juntamos, y uno de ellos que tiene familia por esta zona no dijo que su familia tenía viñas viejas, que muchas de ellas las estaban arrancando para poner más cereal. Decidimos hacernos cargos de ellas y así empezó. Parecía esto una broma pero esta será la sexta campaña que hagamos. La primera fue la de 2016», recuerda el enólogo.
Desde aquel pistoletazo inicial «poco a poco hemos ido comprando alguna viña, recuperando alguna más, algún arrendamiento... Ese es nuestro modelo». Esa recuperación de viñedo viejo muestra cómo el potencial de la Ribera soriana ha estado en ocasiones infravalorado. «Es una cosa que es difícil de explicar. En otros países en los que he elaborado sería impensable, en un patrimonio vitícola de tanta edad y sobre todo de tan buena calidad, porque no olvidemos que de aquí están saliendo vinos reconocidos. Yo no le veo mucho sentido» a dejar que se perdiesen esas cepas tan valiosas.
La historia de La Quinta Vendimia va más allá del vino. «Nos cuentan los abuelos que al final se van dejando porque no hay relevo generacional y esto entra en conflicto con lo que tanto se habla ahora de la despoblación, de que la gente no quiere seguir en los pueblos. Por ahí van los tiros».
Todo ello se une a un terreno que deja su impronta en los caldos. «A nivel enológico son vinos con mucha frescura al final, que envejecen muy bien en el tiempo. No hay que olvidar que estamos casi a 1.000 metros de altitud y la sanidad vegetal que tenemos es espectacular, no hay casi enfermedades. Es una particularidad a tener en cuenta», y más cuando la apuesta es por los tratamientos naturales.
Poco a poco se va creando un poso con la buena imagen de los vinos de la zona. «Antes de que empezara aquí ya había vinos muy reconocidos de pueblos circundantes. Es un sitio que con el paso del tiempo cogerá más prestigio si cabe todavía».
En la actualidad, en catálogo «tenemos un blanco, un rosado y un par de tintos». Quien consiga una botella de la cosecha de 2016 debe saber que tiene un tesoro porque ya ha ‘volado’ del mercado, siendo además un vino especial por ser el del debut.
Inicialmente la reacción de los consumidores fue «en general bien. Antes de que saltara la pandemia iba la cosa empezando a coger color. Esto nos frenó en seco pero no sólo a nosotros, a todas las empresas, desde las botellas al que te vende otras cosas». Por ahora «somos una empresa muy pequeñita, con una producción que en el año pasado fue máxima y en conjunto no llegaba a 30.000 kilos. Puede parecer mucho pero es una cantidad muy pequeña».
Pero ¿cómo se trabaja con otras 17 personas que además de socios son amigos? El resultado valida el modelo y «llevamos todos la misma línea. Son inversiones pequeñas depende de lo que se considere pequeño y grande– pero como somos muchos los gastos compartidos se notan».
«Luego somos un grupo muy variopinto, cada uno con su actividad», recuerda Ossa. «Todo el mundo colabora de una u otra forma. Y por supuesto las vendimias, que nos juntamos y hacemos un pequeño sarao además, que es de lo que se trata, de compartir todo esto con la gente». Entre las hileras de vides aparece algún fardo de sarmientos, «por si hay que hacer unas chuletillas», confiesa el enólogo, dando buena medida del ambiente en el que se cultiva, fermenta y embotella La Quinta Vendimia.
Por el momento el mercado es nacional pero ya está rompiendo el cascarón. «Íbamos a empezar con el tema de exportación antes de la pandemia pero eso nos bloqueó todo, porque las exportaciones se pararon. Este año ya tenemos interés de un importador alemán, otro belga que también nos ha contactado... Parece que se va moviendo algo».
Y es que sus vinos se encuadrarían en la categoría ‘de autor’, pero Ossa simplemente los considera como lo que le pide el propio viñedo. «Por suerte puedo hacer el tipo de vino que a mi me gusta hacer y no tengo que hacer vinos más comerciales», relata el enólogo.
«Lo hago un poquito más auténtico, más natural, no buscando modas ni patrones. Al final la mayoría de denominaciones de origen tienen vinos parecidos porque hay como un gusto creado. Hay un gusto Rioja, un gusto Ribera, y eso para mi es muy aburrido», señala. «Al final es como si estuviera haciendo Coca Cola o Fanta, que sabe igual aquí que en Estados Unidos o China».
Ese sello, claro está, tiene amantes y detractores. «Hay clientes que lo aprecian y hay clientes que tienen un gusto creado y bueno, todo es respetable. Como tenemos poca producción podemos llegar a la gente» que pide concretamente eso, un vino con nombre propio y que se salga de los estándares.
También influye en ello el tratamiento del campo. Moviéndose entre viñas como los corzos –aficionados, por cierto a darles algún inoportuno bocado–, Chicho explica que pronto las tratará con un preparado de tomillo y ortiga. Acaricia una fragante mata y detalla cómo dejan crecen la hierba entre hileras de forma natural antes de segarla.
ECOLÓGICO ‘A LA ANTIGUA’
«No estamos certificados como ecológicos, qué más dará tener un sellito o no. No creo mucho en encorsetarte tanto». Para La Quinta Vendimia en componente natural está en que «respetamos la filosofía de los antiguos, de los abuelos, que se ríen de ‘cómo haces eso, si eso lo hacía yo hace 80 años’. Lo hacemos lo más ecológico y natural posible respetando todo el ciclo».
El cambio respecto a lo tradicional está en el producto. «Hacen un tipo de vino aquí que le llaman ojo de gallo, rosado o un poquito más oscuro. Es el vino que se ha bebido aquí tradicionalmente no sé por qué. Supongo que porque tenían uva tinta y blanca y no se estaban a más, la mezclaban todo junto y venga». A algunos veteranos el tinto se les hace más fuerte. «Pero se lo damos a probar por supuesto para que vean lo que sale de sus viñas haciéndolo de otra forma. Y la gente, contenta. Y contenta también de que venga gente joven, de no perder todo esto».
La Quinta Vendimia rinde homenaje a la tradición incluso en un etiquetado que recuerda antiguos útiles del cuidado de la viña y la recogida de la preciada uva ribereña. / TOÑO CARRILLO
Trabajar así tiene sus complicaciones y «obviamente cuesta más trabajo una viña vieja que un emparrado moderno, cuesta muchísimo más dinero, el kilo de uva es más caro. Ellos no cuentan su tiempo de trabajo y lo han hecho siempre por hobby y para tener vino todo el año, por supuesto». En la actualidad «tendremos sobre 7,5 hectáreas de las cuales son tres en propiedad y lo demás son arrendamientos».
Para elaborar el vino «utilizo barricas nuevas de roble francés para fermentar tanto el blanco como el rosado y luego las utilizo para el tinto obviamente. Maderiza menos los vinos, respeta mucho más la alegría del vino y no tiene sabores tan marcados a madera. Como tengo la suerte de poder hacer un poco lo que me dé la gana he optado por esa línea, vinos que no sean tan clásicos con ese ‘maderazo’ tan marcado. No, no, no me va por ahí».
«También intento que las añadas se noten», apunta el enólogo de La Quinta Vendimia. «Hay años que son más lluviosos, hay años que son más secos. Entonces eso en el vino se tiene que notar. Hay muchos productos que podemos utilizar, que son legales, pero volvemos a lo mismo, me parece muy aburrido. Prefiero que el tiempo, o que el clima, o que las zonas se expresen y no tener yo que hacer intervenciones demasiado agresivas». Este año, eso sí, la nieve de Filomena cubrió por completo las vides, luego se transformó el hielo y «sufrieron mucho», lo que apunta a que la cosecha será limitada.
Venga lo que venga, Ossa es feliz entre zarcillos y toneles. «Para mi lo más bonito de mi profesión es que es una cosa que se puede compartir con todo el mundo, en cualquier país del mundo. Habrá gente a la que le guste más, a la que le guste menos, pero el resultado final lo puedes compartir», sentencia.