Diario de Valladolid
Publicado por
Redacción de Valladolid
Valladolid

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Hay muchos tipos de asesinato. Agatha Christie no hubiese sido tan prolífica si el arte de matar se redujese a un par o tres de suertes, conocidas por todos. El Real Valladolid se muere y ya estamos como en Diez negritos (no sé si a estas horas habrán cambiado el título o quemado el libro) para saber quién quiere dejarle sin vida.

Siempre hemos pensado en agentes exógenos para explicar el desangramiento, descartando la hipótesis más verosímil: el suicidio. El único asesinato en el que coinciden la víctima y el victimario.

Si lee o escuchan hoy por ahí que el Real Madrid resurge, es mentira. Quien le hizo la respiración asistida para evitar su deceso, aun a costa de que siga en estado vegetativo y, lo que es peor, de su propia vida, fue el Real Valladolid. El que revivió a un cadáver. El que cayó muerto víctima de sus propios errores y no de los aciertos de un rival al que salvó la campana del VAR, que esta vez sonó de forma correcta.

Los blanquivioleta resumieron sus dos caras de la temporada en noventa minutos. En la primera media hora fueron los del inicio de Liga: ese microondas que calienta a los rivales hasta derretirlos, incapaces de saber dónde y cómo les llega el peligro por la cantidad de flancos que tienen abiertos. Hubo hasta remate certero, aunque los dos goles estuvieron bien anulados y esta virtud no sea extrapolable a los penaltis, que ya son un circo más que un cúmulo de errores.

Tras este comienzo de gran producción de Hollywood, la continuación fue un corto de escolares para fin de curso. El Pucela se ha convertido en un equipo que cae de un soplido, cuando lo que se necesita a estas alturas de Liga son tropas de choque que sólo piensen en arrasar lo que encuentren por delante. Aun así, pese a su moral quebradiza, aguantó con el ánimo impertérrito el ya clásico fallo desde los once metros y los dos goles neutralizados por el VAR.

El fuelle se fue consumiendo antes del descanso, resucitando a la nación zombi que ayer vestía de azul, y dejó de insuflar aire con el penalti de Plano. Vaya penalti. Una acción carente de sentido en esa zona del campo y con dos jugadores para cerrar no a Di Stéfano, Pelé o Cruyff, sino a Odriozola. Mucho más justito que este trío y, además, un lateral.

En ese momento el Real Valladolid se metió en la tumba y colocó su lápida. Al menos de cara a este partido. Desapareció. Se evaporó. Cambiaron los papeles y fue él ese muerto viviente al que nos tiene demasiado acostumbrados en los últimos encuentros: Huesca, Betis, Espanyol.

La impresión es que el Real Valladolid no cree en lo que hace si el partido no se pone de cara desde el principio. Desde el banquillo no se aportan soluciones ante los persistentes apagones. Retirar a Anuar, lo mejor del equipo, rescatar a Cop por delante de Ünal u olvidar a Hervías no son soluciones. Son problemas.

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