PATADA VOLADORA
Gatillazo
El Real Valladolid hizo ayer dos cosas muy bien. La primera, que el Numancia arrancó un empate de Huesca y el equipo aragonés es superable en la última jornada, siempre que no gane. La segunda, que Carlos Suárez es muy amigo de Quico Catalán, presidente de Levante. Durante la semana seguramente pedirá a su homólogo, incluso le rogará, que el campeón ascendido hace semanas no se deje ir por la fiesta del ascenso y empate o gane al Huesca.
Lo mejor de los blanquivioleta fue lo que no estaba en su mano. Porque volvieron a la senda de gatillazo. La de la segunda parte de Miranda. La de Sevilla. La de una temporada esquizofrénica, con elevados índices de bipolaridad que empujaban a destruir lo creado. Como en Reus. Una racha de cuatro victorias y dos empates se marchó por el retrete, en un partido en el que los pucelanos no llegaron a comparecer. Sólo hubo uniformes sin futbolistas. Y era una final.
Se esperaba un equipo que saliese a morder, a presionar, a proyectarse en ataque de forma ordenada y rentable, como hizo frente al Getafe. Pero el Real Valladolid nunca pierde la oportunidad de perder una oportunidad, y más si es ante equipos que hacen del orden su modus vivendi. Él, pura inseguridad, vive en el alambre. Pero le adorna un defecto aún peor: es incapaz de cambiar el sesgo de un partido.
Si el equipo de Herrera no entra de cara en los encuentros, el fracaso ya se puede ir escribiendo antes de que acaben. Nadie dentro ni fuera del campo es capaz de subvertir dinámicas negativas. No hay ese arranque de genialidad y carácter entre los jugadores, esos cambios desde el banquillo que reordenen al equipo y le presenten con otra cara que sorprenda al rival. La frase de Herrera sobre que si «el Reus te mete un gol, estás muerto», debe pasar a los anales de lo que nunca debe decir un técnico. Porque resulta que el Reus te puede marcar, tú te lo crees y ya no es que te mueras, sino que te suicidas por inanición.
Nada hizo el Real Valladolid para llevarse a la boca más que los tiros de Espinoza y Míchel en los cinco primeros minutos de la reanudación (más que en toda la primera parte) y el postrero de De Tomás. Porque a cualquier equipo le pueden meter dos golazos, pero la capacidad de salir de ese agujero, cuando además hay tiempo por delante, indica su carácter. El blanquivioleta está bajo mínimos, en consonancia al plantel edificado por Braulio.
Durante la semana se hablará de que el milagro es posible, de que nadie bajará los brazos, de que hay que creer, creer, creer. Pero es muy difícil creer en alguien que no cree en sí mismo. O quizá lo del Real Valladolid es un ejercicio de coherencia. Uno no puede estropear una temporada más sosa que el agua de fregar, coronándola con un buen final.