CONCIERTO EN VALLADOLID
Manolo García: «No quiero nada, solo vivir, porque lo demás es humo que desaparece»
Cumplidos 25 años desde que iniciara su carrera en solitario, el que fuera cantante de Los Burros o El Último de la Fila regresa este sábado a Valladolid para cantar en el Pisuerga
Veinticinco años cumplidos desde el lanzamiento de Arena en los bolsillos (1998), el disco con el que ponía fin a casi dos décadas abanderando formaciones como Los Rápidos, Los Burros y El Último de la Fila, vuelve Manolo García (Barcelona, 1955) este sábado a Valladolid para interpretar en el Polideportivo Pisuerga (22.00 horas) los temas de Mi vida en Marte y Desatinos desplumados, sus dos últimos discos.
Pregunta.– ‘Sorprender la tarde, aquietarla, pararla en un recodo’ canta en Bello es amar para siempre. ¿En estos tiempos frenéticos, nuestro mayor tesoro es dominar el tiempo y no dejarse dominar por él?
Respuesta.– Creo que, desde que el mono bajó del árbol y empezó a tener conciencia de la existencia, ha sido un objetivo que nadie ha conseguido, o quizá lo haya logrado un asceta o un eremita. Ahora hay un gravamen añadido como la cantidad de acceso a mundos, reales o irreales, que se nos ponen delante. Por eso creo que el ser humano está completamente confundido. Yo, a pesar de los logros o los fracasos, no he perdido mi romanticismo: soy escéptico, sí, pero no por eso dejo de pedalear; al contrario, lo hago con más fuerza porque creo que eso es lo que da sentido a mi vida.
"Soy escéptico, pero no por eso dejo de pedalear; al contrario, lo hago con más fuerza"
P.– En Reguero de mentiras habla de ‘andamiajes que nada sostenían’. Hoy parece difícil hallar verdades en esa ‘furia desmesurada de huracán’ que puede ser la mentira, en el postureo, el simulacro de felicidad constante que nos venden. ¿El arte, en su caso, es refugio?
R.– Claro. Porque es mi verdad, como cada ser humano tiene la suya. Si tienes suerte, tu verdad ha de coincidir con una verdad limpia, con sus altibajos, sus defectos, sus cantos mellados... Pero esa verdad es la tuya, no la de otros. Desde muy joven, cuando no había llegado este torbellino de la tecnología, de la Inteligencia Artificial, me di cuenta de ello.
Es necesario un refugio y mi cueva son estos modos míos de transitar por la vida, escribiendo canciones o relatos que ahora saldrán publicados en un libro (el 7 de noviembre), pintando... Todo ello conforma mi cueva y da cabida a mucha gente que acude a mi hoguera. Y yo, encantado de acoger a todos.
"Es necesario un refugio y mi cueva son estos modos míos de transitar por la vida"
Esa es mi verdad: intentar dar una sonrisa a los demás, un momento de reflexión, un momento de abstracción como siento yo cuando voy a un museo o un concierto.
P.– ‘Hemos sido nosotros en nuestro estar, precipitado y cambiante’ (La gloria de los días que se nos han concedido), escribía en su libro El fin del principio. No debemos renunciar a lo que somos.
R.– Absolutamente. Y, en los tiempos actuales, eso parece fácil, pero no lo es, es muy complicado. Hay mil cantos de sirena y hay que amarrarse bien al mástil. No son tiempos mejores o peores que otros; todos son convulsos, porque la esencia humana tiene un trasfondo de torbellino, de odio, de pasiones enconadas, buenas, malas o regulares. Ahí está la gracia de la vida.
P.– En ese libro, por cierto, uno puede hallar el germen de canciones como Un poco de amor o Stromboli. ¿De qué manera se retroalimentan sus diferentes facetas artísticas?
R.– En mi lógica caótica trabajo en todas la direcciones. Mi nutriente, y perdón por la frase, es el amor a la vida. A mí me subyuga amanecer cada día. Lo disfruto. Y en los momentos malos vivo con intensidad. Eso me da canciones, cuadros, poemas, ganas de tirar adelante y de compartir risas. Al final, todos vamos en el mismo barco, y lo que hacemos es compartir y aprender. Y se puede aprender de Dickens, de Shakespeare o de Caravaggio, que tuvo una vida patibularia. De todo se aprende. Yo no soy un enfermo del trabajo. No quiero nada, solo vivir, porque todo lo demás es humo que desaparece.
Me gusta dejarme ir. Recuerdo un tiempo, cuando iba a trabajar en bicicleta y pasaba por el Museo de Arte Nacional de Cataluña: yo era un crío, y si podía me colaba 15 minutos a disfrutar de la emoción del pintor. Pensaba que aquel artista era feliz pintando aquello, como yo lo era contemplando la obra.
P.– Quizá aquello era un abrir nuevas puertas, un hallar ‘nuevas vidas’ donde poder ‘respirar’ como canta en Busco cielos.
R.– Totalmente. A veces tengo la tonta teoría de que los dioses, conscientes de nuestro trajinar, se han apiadado de nosotros y, saliendo de su coma etílico constante (risas), han sido generosos y nos han enviado el arte. Y lo tenemos con nosotros desde el paleolítico. Ahí estaban aquellos chamanes y tipos peludos en las cuevas buscando algo espiritual, llamando a un más allá... Eso es muy bonito para mí. Y es algo que nuestros políticos han cercenado. Se intenta que desaparezca, solo importa lo material. Vivimos en un mundo de compra compulsiva, materialista. Por suerte hay muchísima gente que aún busca ese hilo, y encuentra en su día a día esa parte espiritual. Hay que alimentarse, pero a partir de lo básico que no nos vendan más motos, que son muchos y muy pesados.
"Nuestros políticos han cercenado lo espiritual. Se intenta que desaparezca, solo importa lo material"
P.– Comenzó a gestar las canciones de estos dos discos simultáneos hace cinco años, justo antes de la pandemia. Y lleva dos de gira en medio de los cuales ha tenido tiempo de revisitar clásicos del Ultimo, de exponer su pintura… ¿Hay un deseo de recuperar el tiempo perdido?
R.– Yo tengo varias citas filosóficas, de bolsillo, que son de uso para mí, que son sabias. Son de Siniestro Total. Una es ‘Cuándo se come aquí’ y la otra, ‘Ante todo, mucha calma’, a la que yo añado a modo de paréntesis ‘pero lo importante es participar’. Eso quiero hacer yo. En tiempo de pandemia, con esa sensación terrorífica, con tantas muertes y sufrimiento, en ese confinamiento dio tiempo a ver como haciendo muy poquitas cosas, en un sitio muy pequeño, uno puede ser muy feliz.
"Haciendo muy poquitas cosas, en un sitio muy pequeño, uno puede ser muy feliz"
Es algo que ya me enseñaron mis abuelos. No hay que ir muy atrás. Aquellos hombres y mujeres hacían su vida en 40 kilómetros a la redonda, y podían morir sin ver el mar pese a tenerlo a 50 kilómetros. La vida pasaba, y como en su cabeza tenían menos información, menos horizontes, vivían con menos trabajo, en calma.
Con un libro frente a una chimenea en invierno eres feliz. A mi padre le veía hacer sogas de esparto en aquellas noches frías, preparando cinchas para los burros. Esa sencillez de vida... En mi recuerdo, siendo un niño de cinco años, se percibía paz en aquello. Mi padre no estaba pensando en comprar en Amazon, en hacer esto y aquello, en contestar 17 whatsapps... No, solo pensaba en dar una puntada a la izquierda y otra, a la derecha. Era un mantra.
P.– Con motivo de la publicación de Desbarajuste piramidal, su reencuentro con Quimi Portet, aseguraba que se había lanzado a la aventura en busca de risas, de complicidades que le sacaran de estímulos vacíos…
R.– Y también de los ya conocidos, que te pueden hastiar. Es bueno buscar un poco de riesgo.
P.– ¿Qué pueden esperar sus fans de su concierto en Valladolid?
R.– Hago una revisión en la que intento complacer a todos, incluyéndome a mí. Me gusta un punto medio: presento lo nuevo, unas ocho o nueve canciones de las más de 20 que tienen los dos discos; tres o cuatro del Último, de las revisitadas, que creo que tienen un peso, una calma y una fuerza importantes; y algunos de mis temas más antiguos. A día de hoy, tras tantos conciertos, puedo decir que la gente se lo pasa muy bien.