Diario de Valladolid

El encaste ‘atanasio’ crea incertidumbre en el tercer encierro de Cuéllar

Los utreros de Casas de la Bubilla llegan disgregados a Las Máquinas y dejan varios heridos en el recorrido urbano y un corneado en el ruedo

Encierro de Cuéllar con toros de la ganadería Casas de la Bubilla, en el que uno de los toros se rezagó.-ICAL

Encierro de Cuéllar con toros de la ganadería Casas de la Bubilla, en el que uno de los toros se rezagó.-ICAL

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César Mata

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El típico comportamiento abanto, incierto, del encaste Atanasio, casi extinto, aunque presente en su conexión ‘lisarda’, se dejó ver ayer con claridad en el tercero de los encierros de la villa mudéjar de Cuéllar. La salida de los corrales del Puente Segoviano, en la que dejaron la delantera a una fila india de cabestros, puso de manifiesto ese carácter receloso de inicio que muestran estas reses con origen en Conde de la Corte, y que fue transformado y pulido por Atanasio Fernández al crear su propio encaste salmantino.

Cinco quedaron agrupados y al sexto, por casta y fuerzas, hubo que esperarlo hasta que se pudo juntar al grupo completo en el pinar. Así, el paso de los astados, disgregados, por el estrechamiento de Las Máquinas pudo suponer la ruptura definitiva del encierro. El buen hacer de algunos caballistas, con Pedro Caminero y Pepe Mayoral, ejerciendo, sonoramente, su autoridad, permitió volver a juntar al sexteto de utreros tras pasar la carretera de Cantalejo. Las monturas que saben y pueden, hay que reconocerlo, hacen su trabajo y recomponen los desaguisados que perpetran los ‘turistas’ con garrocha.

Desde ese momento, y tras diez minutos de descanso, los astados reanudaron con parsimonia la marcha. Aquietada la comitiva, la tranquilidad presidió la siguiente media hora, incluyendo un nuevo parón, en un altozano tras una conducción precisa por el túnel que sortea la autovía de Pinares. Uno de los astados, eso sí, ya manifestaba cierto agotamiento. El paso se adecuó a su desgaste físico y todo transcurría con una calma impoluta, sin ni siquiera el habitual polvo del rastrojo, dada la lluvia, por momentos enfurecida, del día anterior.

La reanudación del trayecto campero se inició con el sobresalto de un galope sostenido de los astados, que pudo ser amortiguado hasta un ligero trote antes del descenso hacia el embudo. El grupo se estiró y tras un descenso trepidante, con un galope desbocado y rectilíneo, la entrada en las calles fue veloz. Atrás, en la mitad de la vaguada, quedó el utrero rezagado por cansancio. Dos bueyes, que se habían dejado en la zaga para estos posibles menesteres, se hicieron cargo de él con paciencia y, encelado por las grupas más serenas y corajudas, el astado finalmente inició el tramo urbano.

En las calles, los toros de tranco más potente, enrazados, ofrecieron momentos de peligro en su embestida sostenida y firme tras los mozos. Caídas y alguna huida entre las talanqueras con traumatismos varios. Y en la calle de Las Parras, un temerario ‘cámara’ entorpecía la noble y arriesgada de los corredores. Sin duda, algo que hay que cortar por lo sano. Los esnobismos, y más si crean un serio peligro, hay que atajarlos… sin miedo.

Las carreras se sucedieron desde la Resina hasta los Paseos, con momentos eléctricos en Las Parras, donde músculo y templanza ofrecen su fruto más trepidante y honesto. La llegada, destacado de sus hermanos, del primero de los utreros de Casas de la Bubilla supuso el momento de mayor peligro del encierro, ya que cogió a un mozo, lo embistió y lanzó contra el estribo y allí arremetió con saña a su anatomía, a merced de los tornillazos del animal enfurecido. Finalmente tan sólo recibió una cornada en el glúteo, un verdadero milagro

Unos metros antes, en la Avenida de la Plaza de Toros, también se registró un herido por un puntazo.

Minutos después el último astado del encierro enfilaba el último tramo y accedía al ruedo y, finalmente, a los corrales. Un final aplazado y sosegado.

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