Diario de Valladolid

SEGOVIA

Cuéllar ofrece el encierro perfecto de la tauromaquia popular

Bellas e intensas carreras de los mozos ante los utreros de Toros de Brazuelas

Tercer encierro de las fiestas de Cuéllar en honor a la Virgen del Rosario-ICAL

Tercer encierro de las fiestas de Cuéllar en honor a la Virgen del Rosario-ICAL

Publicado por
César Mata

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Al paso lento de lo eterno, como se debe encerrar, amar y liberar, así llegaron los utreros de Toros de Brazuelas hasta apenas 100 o 150 metros (cuéntenlos ustedes, que aquí estamos de fiesta) del inicio del tramo urbano. Despacito, como se canta ahora pero que es una cosa de siempre. Al paso, con el gesto obediente de los cabestros, al apoyo amigo de las cabalgaduras, los astados vallisoletanos, unidos en su casta ennoblecida. Apenas superado el primer ímpetu de la salida de los corrales del Puente Segoviano, a eso de las ocho de la mañana, más o menos, los bóvidos de pelaje negro y castaño, con muchos pelos accidentales (gargantillo, girón, listón...) ya dejaron clara su postura de cumplir el rito con tranquilidad.

Nada hay fácil con un toro de lidia, con un toro bravo, pero los de Toros de Brazuelas, bien armados, tres de ellos algo veletos, descolgaban la cabeza como gesto de entrega a la tradición. Los dos directores de campo, Pedro Caminero y Pepe Mayoral, podían respirar tranquilos. Junto a ellos, también garrocha en mano, Jesús, el criador de estas reses, asistía con emoción a un encierro en el que sus novillos eran ineludibles protagonistas.

El paso por Las Máquinas, con esa angostura que tan poco gusta a los toros con genio, irredentos, tuvo el sabor de las faenas camperas en las que reina la quietud. El silencio y la paciencia son las dos herramientas necesarias para las labores con el toro en el campo. Después, hasta las rastrojeras, la comitiva desfiló con la relajación que no se pudo disfrutar en los dos encierros anteriores. Llegó el túnel de la autovía y bravos y mansos desfilaron con gesto despreocupado, con el relajante ritmo de los cencerros como única sintonía. La voz de Caminero y Mayoral no sonó ayer en el páramo,como un eco desafiante.

Nuevo descanso, con los caballistas tranquilos, charlando desde sus monturas, orgullosos de su trabajo. Y otra vez a seguir el camino. Las garrochas más templadas amortiguaron las astas de bravos y bueyes durante el descenso del embudo. Una estampa inmortal, una lámina de reconciliación con la naturaleza, un tributo entusiasmado al encierro, al de verdad, al que procede del campo, de la libertad. Armonía y tranco sereno, un homenaje transparente. Ecología emocional, sin tontadas.

Tras los silbidos de quienes no entienden la esencia del encierro, ignorantes del temblor ético del rito,la multitud, agolpada en los tesos de cada flanco, rompió en una ovación inmensa. Y entonces, sí,ya cerca de las calles, se abrieron los caballistas de cabezas, acelararon los de zaga y toros y mansos comenzaron una carrera desbocada.

Y en las calles, con los toros en grupo, bellas carreras a punta de pitón, con las astas enceladas. La Resina, Las Parras, los Paseos... hasta la arena de la plaza. Se consumó el rito, como se encierra, como se ama, como se libera; despacio, en silencio, sin prisa.

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