BARRIO A BARRIO | CALLES Y PLAZAS
La calle de Valladolid que huyó del patíbulo
A modo de homenaje, el ayuntamiento rebautizó en 1854 una calle que llevaba por nombre De la Horca con el apellido de un célebre autor, pese a que esta vía no está próxima a donde el literato vivió durante ninguna de sus dos estancias en la ciudad. Comercios de toda la vida, varios locales cerrados y un referente cultural: el cine Manhattan
Su nombre puede conducir a error. Una denominación que huye de las connotaciones negativas del pasado, de la muerte y del patíbulo. En la calle Cervantes no consta ningún hito en la vida del autor que justifique que se llame así. Bien puede argumentarse que no hace falta más excusa que la del respeto y admiración por don Miguel, cuya pluma y paso situaron a Valladolid en el mapa de todo buen aficionado a la literatura... pero la razón de ese nombre puede ser, digamos, práctica. Antes se llamaba calle de La Horca . En este siglo eso no tendría importancia: los turistas se harían un Tik Tok sacando la lengua y con los ojos extraviados bajo ese llamativo rótulo, pero en el siglo XIX cuando la ley todavía podía condenarte a ponerte esa corbata de soga , vivir o comerciar en esa calle no debía ser la mejor tarjeta de presentación. En 1854 el Ayuntamiento cedió: echó mano de la baza segura del autor de El Ingenioso Hidalgo... para quitar la soga del cuello. Y, a la vez, le homenajeó.
Apartada la sombra de la soga ominosa , la calle Cervantes es en realidad una correa de transmisión ya que su valor más fijo es el tránsito. En un extremo desemboca en la plaza Circular -una de las puertas de la ciudad- y en el otro se cruza con Don Sancho y continúa con La Merced y con el casco histórico. De una extensión no demasiado alargada, la de Cervantes es una calle con algún comercio de toda la vida, varios escaparates con la verja echada y un emblema cultural: el cine Manhattan.
No siempre estuvo ahí, aunque pocos recuerden el lugar sin él. Hace 41 años, en enero de 1983, en esa parcela había un aparcamiento público que Paco Heras [todo un referente de resistencia del exhibidor a pie de calle por conocimiento y amor al cine ] alquiló ese año para montar sus multicines con similar fórmula a la que ya había ensayado en Salamanca. Y ahí nació un espacio que durante los dos primeros años sólo proyectó películas en versión original (que mantiene en la actualidad solo los jueves para los que gustan de las voces sin retocar de los actores) y conserva el sabor clásico del buen cine en sus tres salas que en un principio fueron dos. Acogen también otro tipo de proyecciones como la ópera. «Hemos añadido la ópera, la danza, un programa de documental de artes, algún concierto puntual... Las puertas están abiertas para la cultura y para cualquiera que tenga una buena idea». Paco Heras (propietario también de los Broadway ) subraya que la Cervantes es «una calle con vida» . «Tenemos la universidad muy cerca y eso pide movimiento, y lo tiene. También la plaza Circular está llena de comercios y bares y hace que sea una zona muy viva», señala.
Antes que el clásico cine, desembarcaron otros negocios que también acumulan años a pie de calle atendiendo al vecindario. En la Cristalería Circular, Carmen Manjarrés atiende un negocio familiar que ocupa esa ubicación ya 44 inviernos. Su padre lo puso en pie, junto a otras tiendas en otras zonas. Ella recuerda cómo había «varias tiendas de muebles que ya no están, incluso u na tienda de reparación de televisores , ya ves tú». «No había tanto bar, aunque en el Bar Las Cubas , que ya cerró, tenía mucho ambiente». «También cuando el Manhattan fue sede de la Seminci, que traía mucho barullo y se llenaban los bares de por aquí. Ahora se ve gente los días que hay ópera», apunta Carmen, y agrega que su calle «es más bien de paso y que, como en el resto de la ciudad, ha cambiado en que antes las relaciones eran más cercanas y ahora cada uno va a su rollo». Esta comerciante subraya que su emplazamiento le parece estupendo. «Aquí estoy fenomenal, me encanta este sitio, estamos cerca de todo. Lo único, a veces los clientes tienen dificultad para aparcar».
Próximo a su establecimiento se encuentran un banco, una peluquería 'low cost', un local vacío que un día fue ferretería, una sala de apuestas, un negocio de servicio técnico de caldera, un centro de pilates y yoga, el bar Las Cabañas , entre otros... Como el centro óptico Cervantes, otro de los veteranos de la zona.
En la acera de enfrente está Calzados Toñín , testimonio vivo de la historia de esa vía desde hace 21 años. Tras el mostrador, David Conde . «Era de mis abuelos, Toñín y Prudencia . Después de mi madre y mi tío Javier, y ahora seguimos mi tío y yo. Desde que abrimos esto ha cambiado mucho. Antes estábamos en el paseo de San Isidro. En la tienda han bajado las ventas, los sábados antes doblábamos la plantilla y ahora somos la mitad. De pequeño de esta calle me llamaba mucho la atención el edificio de enfrente que era muy moderno y sobresalía hasta la acera. Me suena que sólo había un carril para los coches; que la panadería Manrique, que cerró, estaba muy concurrida, y que teníamos una academia de peluquería».
Precisamente de ese oficio sabe bastante José Manuel Ruiz, peluquero que ejerce desde hace 22 años en la barbería del número 7. Como tantos otros autónomos sabe cómo ha evolucionado la vida. «Nos hemos ido quedando cada vez menos negocios pequeños, de barrio. Se ha ido haciendo la gente mayor y se han cerrado algunos bares o el despacho de pan que era mítico», relata antes de alabar el lado bueno de la situación geográfica en la que recibe a su clientela con cita previa. «Está muy bien comunicada y tengo clientela de varios puntos. Es una de las mejores zonas de Valladolid».
Lo mismo opina quien está sentado mientras le recortan el pelo. Roberto Gutiérrez , jubilado y del barrio desde siempre, cuenta cómo nació «aquí al lado», y hace apuntes sobre el pasado difíciles de asimilar en el trasiego presente. «La calle jardines era eso, jardines, y lo de detrás, vaquerías. Por lo demás, esta calle está más o menos igual, no como en Don Sancho que sí se ve diferente porque estaba el cuartel de intendencia y después se hizo colegio ».
Seguir el camino dejando la Circular detrás supone pasar por una carnicería, por las tiendas de moda París Vip y Pantalón, la tienda Superpuerta, un herbolario, entre otros, hasta terminar en el bar Ocho apellidos catalanes, que antes tuvo otros nombres como la mítica Guagüita , cuyos ‘Vikingos’, sándwiches calientes de forma circular, venían a ser el complemento perfecto antes o después de una peli en el Manhattan. Allí está el kiosco que da paso a La Merced, con su instituto, y se deja cruzar por Don Sancho. Durante el paseo, al fondo, muy al fondo, aparece tímidamente Santa Cruz , esa plaza que a diario a la salida de los colegios se llena de niños.
Esta calle es una más de las múltiples conexiones cervantinas de la ciudad, a la que el autor hizo varias referencias en sus Novelas ejemplares . Desde la casa museo al teatro que también porta el nombre del autor de El Quijote . Una paradoja, ya que en vida vio cómo sus obras para escena fracasaban. Miguel de Cervantes estuvo en dos ocasiones en la ciudad pucelana. Cuando era niño y apenas tenía cuatro años junto a sus padres y sus cinco hermanos. «La familia habitó en una casa situada en la denominada acera de Sancti Spíritus (hoy Paseo de Zorrilla), muy alejada -por entonces- del centro de la villa del Pisuerga», indica el Ministerio de Cultura. « Volvió de nuevo a la ciudad en 1604, esta vez siguiendo a la Corte que había cambiado en 1601 la capital del reino de Madrid, a Valladolid». Además de en innumerables bibliotecas públicas y particulares, en la memoria de quien lo ha leído alguna vez, el ilustre escritor también permanece continuamente presente en la que, al margen de la historia y haciendo de la necesidad virtud, es su calle.