Diario de Valladolid

La bravura de los toros de Victoriano del Río se impone al triunfo impostado de la terna en Valladolid

Un delirio de concesión de orejas adjudicó cuatro a Manzanares y dos a Castella y Rufo, que no estuvieron a la altura del enclasado juego de los toros nacidos en Valladolid

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César Mata

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Si llegan ustedes a esta primera línea de la crónica después de haberse dado un garbeo por el titular y el subtítulo, pueden acompañar con la mirada el temple del tecleo de las letras que, pero poco más hay que decir. Que se impuso la bravura de los toros de Victoriano del Río , rotundamente, sobre una disposición controlada de la terna. Que a veces no estuvieron a la altura de la clase de sus oponentes y otras no supieron entender sus enrazadas embestidas.

El primer dato, relevante, fue que se cortaron un total de 8 orejas , 8. Que hubieran sido 12 orejas, 12, si no hubieran fallado con los aceros Castella y Rufo. La ecuación anterior indica, eso es, que Manzanares cortó 4 orejas, 4. El asunto cabe analizarlo desde la óptica de una malversación auricular. Un dispendio enfebrecido en la concesión de apéndices, una bacanal auditiva . Eso sí, muy lamentablemente, el palco hizo oídos sordos a la apabullante bravura y movilidad enclasada de los astados (tres con una presentación mejorable para una plaza de la categoría que debería tener el coso del paseo de Zorrilla).

Ni una vuelta al ruedo a ningún toro en una tarde en la que tal premio in memoriam, tal galardón póstumo, no hubiera sido injusto, y mucho menos tan desproporcionado como la concesión indiscriminada y a granel de orejas a los coletudos. Y mucho menos para unos astados que nacen en la finca situada en el valle del Toro, en el término municipal de Mayorga de Campos, en Valladolid.

Fue tal el sentimiento de la afición de rabia contenida al no premiarse a ningún toro que, cuando toreaba Manzanares del quinto, Aldeano de nombre, un toro de hechuras armónicas y humillada embestida, que se oyó desde el tendido: “Un aplauso para el ganadeo” , y la plaza rompió en una rotunda ovación. Aldeano, por cierto, se llamaba también aquel toro de Presencio, que fue el primero indultado en el coso vallisoletano. Luego llegaría, muchas décadas después, el del toro de Daniel Ruiz.

Finalmente, se movieron algunos hilos para que los matadores, tan beneficiados por la calidad de los astados de Victoriano del Río como por el uso pródigo de los moqueros voladores, admitieran en su comitiva festivalera al ganadero, Pablo del Río , y el mayoral de la ganadería, en su salida a hombros del coso neomudéjar.

Manzanares, un cañón con la espada, aunque instalado en el modo relax, y preventivo de riesgos, fue el que aportó algunos pasajes de mayor enjundia, calidad y verdad. Nobilísimo su primero, de aristocrática embestida humillada , de presencia menor en sus hechuras, le permitió un toreo de estética imperial, aunque sin profundidad. Esa falta de ajuste la agradecerá el mozo de espadas. Huelga decir que cortó dos orejas, tras, eso sí, una estocada recibiendo contundente.

Aldeano, el quinto, segundo de Manzanares, y por el que había apostado por la mañana Victoriano del Río, tuvo presencia y bravura, recorrido y humillación excelsa. Un ejemplar extraordinario al que se toreó de modo protocolario. Caída la estocada. Y las dos orejas de rigor. Curioso era ver cómo Manzanares de deshacía de los apéndices con inusitada rapidez, arrojándolos con premura a los tendidos. No era un botín legítimo.

Castella anduvo errático por el ruedo, como un pequeño príncipe perdido en su planeta desconocido. Difuso, sin concepción de la faena como un todo unitario. Aún en su primero aprovechó el octanaje de la bravura de su victoriano , y ligó alguna serie de mérito. Sorprendieron, el primero al propio torero, las dos orejas concedidas. Otras dos orejas se le hubieran concedido en el cuarto, pero un bajonazo impidió tal iniquidad.

Rufo anduvo descolocado toda la tarde. O no quiso o no pudo. Dos orejas, que pudieron ser cuatro. Aunque sólo mereció una ante el tercero, tras estocada baja.

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