Diario de Valladolid

EL SIGLO DE DELIBES

De la harina a los raíles

Hace ahora setenta años, Miguel Delibes rescató el escenario de las vivencias de su infancia para localizar El camino (1950), que iba a convertirse en el primero de sus grandes libros. En las páginas de esta novela, alcanzó Delibes el estilo natural y como respirado que iba a considerarse proverbialmente suyo, pero también el ámbito fascinado de los primeros descubrimientos y de las pérdidas que jalonan el estreno de la vida. La fabulación de Daniel el Mochuelo, el chico del quesero que rebulle inquieto en la cama aguardando la luz del amanecer para abandonar el pueblo y convertirse en un hombre de provecho, expresa el adiós al primero de los paraísos perdidos de la vida.

Padres y hermanos mayores de Delibes en el portalón de la casa de verano de Molledo.-E.M.

Padres y hermanos mayores de Delibes en el portalón de la casa de verano de Molledo.-E.M.

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Redacción de Valladolid
Valladolid

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Un territorio recogido al amparo del pico Rando y desplegado por el valle santanderino del Besaya. Hace cuarenta y dos años, Josefina Molina rodó en Molledo la película El camino, dando protagonismo a tres niños del valle y a la gente del pueblo. En Molledo está la memoria infantil de Miguel Delibes y también las dos ramas de su abolorio: el bisabuelo materno Juan Domingo, molinero del Besaya, y el abuelo paterno Federico, carpintero francés llegado al pueblo para blindar con revestimiento de madera la fragilidad de los túneles del ferrocarril, que no aguantaban las bóvedas de ladrillo.

LOS BRAZOS DE VALLADOLID

En un gesto involuntario, la biografía de Miguel Delibes lo hermana lejos del Pisuerga con los que van a ser pilares del desarrollo de la ciudad en la que nace durante el primer tercio del siglo veinte: la harina y el ferrocarril con sus metalurgias asociadas. Unas bases económicas de desarrollo que los historiadores tienden a visualizar en sus dioses tutelares: Ceres y Hércules. Incluso, desde Valladolid, ese Hércules de la civilización y del progreso que es el ferrocarril abrirá su vía de hierro harinera por Ariza hacia los mercados mediterráneos del Este en los últimos años del siglo diecinueve, entre 1882 y 1895.

Pero la estirpe del novelista cuaja en Molledo, en el valle de Iguña santanderino, al reclamo del trazado montañoso de la línea ferroviaria Alar del Rey-Santander, que va a ser la tercera que se instale en España. Su objetivo prioritario era dar salida al grano castellano no sólo con destino a las colonias americanas, sino para competir con el ruso en el mercado inglés. Sin embargo, las dificultades orográficas van a ir despejando el campo de iniciativas hasta que por fin se acomete su trazado entre 1859 y 1868. La contabilidad del proceso, sometido a una cadena de interminables proyectos y deserciones, contabiliza el paso diario, durante 1853, de 350 carretas, que transportan carga en las 22 leguas mediantes entre la meseta y el puerto santanderino. Su tramo más endiablado es la Hoz de Bárcena, cuya pendiente de 560 metros en 15 kilómetros había desechado el proyecto inicial de proseguir con el Canal de Castilla hasta Reinosa, convertido entonces en auténtico puerto seco de la Meseta, que llega a recibir dos mil carretas diarias de grano antes de que finalice la obra ferroviaria.

EL BISABUELO MOLINERO

Como la economía expresa la respuesta posible a cada uno de los problemas que la realidad plantea, en estas décadas de espera decimonónica del ferrocarril se produce una auténtica eclosión harinera en el corredor fluvial del Besaya. Y precisamente uno de los complejos fabriles mejor preparados del valle llegará a ser el de Portolín, gestionado hasta su muerte por Juan Domingo Cortés, bisabuelo de Miguel Delibes, con cuya herencia harinera transmitida a su hija Saturnina se iba a montar en Valladolid la carpintería molinera y de construcción puesta en marcha por el abuelo Federico Delibes. El escritor evocó siempre, al cabo de los años y en diversas ocasiones, la figura de aquel bisabuelo luchador y arrogante, que a punto estuvo de morir abatido por un trabucazo carlista cuando tomaba el fresco en la galería de su fábrica vieja.

El propio escritor evoca melancólico cómo su existencia, así como la de las ilustres familias Alba, Silió o Reguera, pudo verse suprimida de no haber mediado el titánico esfuerzo por sobrevivir del bisabuelo malherido. «Lo cierto», prosigue el novelista, «es que Juan Domingo se incorporó y echó al campo, arcabuz en mano, siguiendo los pasos del agresor, con el mismo celo cinegético con que seguía cada invierno las huellas del oso en los montes de Canales. La sangre le escurría por las cañas de las botas y sus pies chapoteaban ruidosamente dentro de ellas. Cayó, al fin, extenuado bajo un castaño, y allí le encontraron con el alba unos arrieros. Durante varios días la vida de Juan Domingo estuvo pendiente de un hilo. Finalmente los médicos le salvaron y los cientos de pares de ojos presentidos de los Alba, Reguera, Silió, Cortés, Velarde, Delibes, que habíamos de venir detrás, se entornaron, plácidamente esperanzados, allá arriba en la nebulosa».

Las tres hijas (Francisca, Modesta y Saturnina) del bisabuelo materno Juan Domingo y de la bisabuela Fabiana dieron origen a los Fernández de la Reguera (Francisca) emparentados con el poeta cívico Núñez de Arce, a los Silió (Modesta) y a los Alba y Delibes (Saturnina). Los Silió procedían de la aldea de su nombre, situada al sur del valle de Iguña, y siguieron estrechamente vinculados al territorio, incluso después de la expansión familiar a Valladolid. Uno de ellos, el escritor Evaristo Silió Gutiérrez (1842-1874), siguió la estela foramontana hasta alcanzar Madrid, donde estudió la cultura literaria asociada a los idiomas europeos, para incorporar a sus versos románticos el amor a la naturaleza y una pulsión melancólica tintada por las nieblas del valle de Iguña, donde concluiría sus días a la temprana edad de 33 años. Aunque también es cierto que el primer editor póstumo de su obra, Marcelino Menéndez Pelayo, tuvo que tragarse, junto a los versos dedicados a santa Teresa (1867) y los copiosos brotados Desde el valle (1868), su loa A la libertad (1868), con la que celebró el pronunciamiento de la Gloriosa, que inauguró el sexenio democrático mandando al exilio a Isabel II. Inédita perdura su zarzuela El bardo de la montaña, junto a otros dramas, que hicieron realzar su memoria al académico José María de Cossío en las Rutas literarias de la Montaña (1960), a su paso por Santa Cruz de Iguña, donde una lápida lo recuerda. También lo evocan los versos elegíacos de su paisano Amós de Escalante:

Aquí lloró un poeta:

aquí en la muerte

Su espíritu descansa;

Lecho le dan las silenciosas nieblas,

Las quietas hojas, las serenas aguas (…)

Buscó la gloria, ¡oh Jano!

A la otra parte de tus cimas blancas,

Y su gloria velaba en tus riberas,

¡oh patrio río, diáfano Besaya!

Al morir el abuelo Juan Domingo Cortés, en 1873, Eloy Silió se trasladó desde Torrelavega, donde dirigía la fábrica de harinas Torres, a Valladolid, decidido a culminar su próspera trayectoria industrial, sin perder la costumbre del regreso estival a Molledo, en cuya finca del Portalón reconstruyó la capilla románica traída en carro desde Pujayo, cerca de Bárcena. Unas piedras centenarias vinculadas por la tradición del valle al Cid Campeador y a la reina Urraca (hija de su rival Alfonso VI), quien ocupó el trono entre 1109 y 1126, como primera monarca europea. También los padres del escritor, Adolfo Delibes y María Setién, cumplían el rito anual de volver a Molledo con sus hijos, para pasar el verano en la casa familiar del Portalón. De las prolongadas estancias de aquel tiempo infantil proceden el profundo conocimiento y el vínculo sentimental que muestra Miguel Delibes en su obra con el universo rural de Molledo.

LA HERENCIA HARINERA DE PORTOLÍN

Seis años antes de morir el bisabuelo Juan Domingo, una inscripción notarial protocolaria de 1867 recoge con detalle las existencias del complejo harinero de Portolín: la fábrica vieja de tres pisos, con diez piedras de molino, limpia y cernido; la plaza que alberga el pozo de las aguas; el almacén de la Panera, con una vivienda construida encima; un taller de reparaciones; un pasillo cubierto con teja para trasladar trigos y harinas por medio de vagones que corren por tres raíles y que sirve como cargadero de los vagones del ferrocarril de Isabel II. Tiene su origen en un castillete construido sobre la fachada sur de la fábrica vieja, con el objeto de elevar por medio de grúas mecánicas las harinas.

Esta torre se eleva con su tejado doce pies sobre el de la fábrica vieja; otro edificio de tres pisos llamado la fábrica de seis piedras de molino y con cernido, movido todo por una rueda hidráulica de 24 pies de diámetro, montada al exterior de su fachada sur; otro edificio de tres pisos llamado el molino pequeño, con cuatro juegos de piedras a saetín, que reciben el agua de un depósito de madera exterior; el canal de conducción de aguas sobre postes, construido en madera desde el primer salto del Besaya.

Tiene 133 pies de longitud y desagua por la chopera al Besaya; un edificio para depósitos y venta de harinas y salvados al detall llamado la ferrería; otro edificio llamado el escritorio, por estar en él esta dependencia de control de entradas de grano y salidas de harina; un edificio para depósitos, llamado el almacenón; un almacén nuevo, acabado de construir, de tres pisos; una vivienda de cuatro pisos; un edificio de planta baja destinado a fragua; una casa vivienda que linda con la capilla; un edificio destinado al culto divino; una casita de planta baja dedicada a hornera; un palomar construido de ladrillo y madera; el jardín del Medio, dividido por un cauce; la Chopera, plantada de álamos y cruzada por los tres cauces de desagüe de las fábricas; y por último, «un ramal férreo que parte del camino de hierro de Isabel II para el arrastre de harinas y trigo, siendo la extensión de su trayecto de 1.178 pies».

Este complejo fabril tuvo su último uso dedicado a la producción textil, como Hilatura de Portolín, entre 1902 y 2005, cuando la tensión de la crisis hizo imposible que sus 55 trabajadores asumieran la empresa por un euro y cargando con las deudas de la gestión anterior. Todavía en los años ochenta trabajaban en ella 325 empleados, dedicados a la elaboración de lino fino al agua, un producto muy apetecido por los diseñadores de moda, que no pudo hacer frente a la invasión china con linos de baratillo.

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