Ferrera destaca en el cartel inaugural del abono taurino junto a Padilla y El Fandi

Miércoles de ferias: primera corrida de toros. Cómo han cambiado las cosas. En general, para bien, para lograr la proporción entre el número de festejos, el puñado de toreros interesantes que quedan en activo y la masa de aficionados que aún suspiran por comprar un abono o adquirir una localidad. Más que una afición, una adicción.

Corrida, la de esta tarde, de toreros-banderilleros. Eso sí, denominación sin ningún atisbo de menosprecio. Sobre todo y ante todo, en el cartel de esta tarde, por la presencia del extremeño Antonio Ferrera. Un torero que ha progresado en su expresión con las telas, especialmente con la muleta, de un modo sorprendente. Como si en su interior se hubiera hospedado una figura de la tauromaquia reprimida…

Ferrera llega a Valladolid como un torero en su madurez, con sobrado oficio y experiencia, y con una frescura conceptual de enorme profundidad y naturalidad. Además, hace unas fechas, Ferrera saltó a la actualidad cuando, al recibir algunos pitos cuando se disponía a parear en la plaza de Bilbao, miró con desdén a los protestones y se negó a clavar los rehiletes. Días después, en esa misma plaza, Cayetano ofreció a sus banderilleros los palos con la bandera de España, desdeñando los que facilita el propio coso vizcaíno.

Los compañeros de Ferrera son harto conocidos por los espectadores del coso del paseo de Zorrilla. Juan José Padilla, torero de raza, poderoso, sin artificios y sin exquisiteces. El Fandi, que ha estado en el dique seco por una lesión muscular, conoce bien el ruedo vallisoletano, aunque su mayor prestación la realiza cuando lo atraviesa a gran velocidad, persiguiendo al animal o siendo perseguido por él. Vibrante y muscular, sus faenas llegan a los tendidos con inusitada emoción.

Para la terna la empresa ha reseñado un encierro con reses de los hierros hermanos de Torrehandilla y Torreherberos. Toros de estirpe jandilla, ya que son una división de la vacada propiedad de Borja Domecq. Un nombre que evoca los pagos de la Janda, donde nació el encaste domecq, a los pies de la hermosa población gaditana de Vejer.