Diario de Valladolid

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EN FIN, que a Yolanda Díaz se le fue la olla en el Senado el martes 21. Dijo que nos «queda Gobierno de corrupción para rato». Un lapsus mens truentis magistral. De entrada, supone un descojone inconmensurable. A esto lo llaman en lenguaje taurino estoconazo, o de estocada entera. O sea, que el estoque kilométrico entra por el cuerpo del morlaco con libertad diáfana y matadora. No hay otra explicación incruenta sin usar analgésicos. Pero tratándose de Yolanda –la política que acuñó lo de las «cosas chulísimas» en enero de 2022 para definir la reforma laboral del Gobierno–, sus recursos volanderos son prácticamente infinitos. Por ejemplo, recoger peles con un colador de cocina para limpiar la supuesta contaminación de las playas en Galicia.

Como definición del lapsus mens truentis –desliz o equivocación involuntaria, o vaya usted a saber si fue voluntaria, eso nunca lo sabremos– tampoco tiene desperdicio. Revela en todo caso la tontilocuacidad de una política que tiene la mano en otro sitio, que no prepara el palpo, que lee lo que le han puesto delante como un necio: empieza por el final sin enterarse que era el principio. Y claro, así las cosas, involuntarias o voluntarias, siempre salen mal. En política supone la aceptación de un hecho que, de tanto repetirlo –corrupción, corrupción, corrupción– ya no sabe lo que dice: si somos un gobierno corrupto, o somos la incorrupción de un Gobierno donde la corrupción es lo mejor que tienen. Gran estoque entre pecho y espalda le has metido a Sánchez, hija.

Impagable a efectos electorales. Tanto que ni Sánchez ha podido desprenderse de la corrupción del lapsus mens truentis que, con toda naturalidad, asume ya su Vicepresidenta. Cuando el viernes le preguntó la Prensa sobre su entrevista urgente con Puigdemont para seguir siendo Presidente del Gobierno, se despachó con esta verónica de alhelíes: «lo he dicho mil veces. ¿Para qué hemos aprobado una Ley de Amnistía? Para normalizar la situación de los actores políticos. Esas reuniones se producirán. ¿Cuándo? Pues cuando toque. Hala, ya tenéis el corte». Olé. Le ha salido el rictus del asesino en serie, el corte y la corte de un tirano en bancarrota. Lo ha hecho como un radamante o juez del inframundo, y con el estatus de un profeta de la corrupción.

Asunto éste de gran transcendencia política y filosófica, aunque no se lo crean, señoras y señores. Cuando el señor Feijóo –ése creyente en los ovnis y en la honradez politiquera– le preguntó inocentemente en sede parlamentaria –miércoles 22– que si «usted es el presidente de la corrupción». El tirano le respondió sin titubear como se hacía en el catecismo Astete más preconciliar: «No». Lo que en Sánchez equivale a un rotundo sííííí, según su praxis más reminglera, que hace de la política un lodazal como norma básica de una corrupción legalizada hasta en sus más mínimos detalles. Fin de la discusión política. Y aquí empiezan las precisiones filosóficas, porque del Congreso de los Diputados salió el tirano convertido en el profeta de la corrupción.

No es moco de pavo, pues ser profeta en la Biblia equivale a tener hilo directo con los planes de la divinidad. Eurípides –que era un radamante de los dioses más combativos– escribía en una de sus tragedias que «el mejor profeta es aquel que mejor calcula». Para Baruch de Spinoza –lo señala en su Tratado teológico político y que tanto importa aquí y ahora– la conciencia de un verdadero profeta descansa en tres fundamentos: «en una imaginación viva y precisa, en un signo, y principalmente en un ánimo inclinado a lo justo y a lo bueno». O sea, nada que ver con el profeta Sánchez cuya corrupción está contagiada por el signo más negativo y profético del Cuervo de Allan Poe: «¡Profeta!, dije, ¡ser de desdicha! ¡Pájaro o demonio, pero al fin profeta!».

He aquí la cuestión, pues ser profeta, aunque sea de la corrupción galopante, requiere tener, como mínimo, la misma habilidad prodigiosa de los ladrones del Louvre, desvalijando las joyas de la grandeur de la France en 7 minutos como… como si fuera un florecimiento escatológico a lomos de un montacargas Instagram Böcher, concebido para las ocasiones estratosféricas: «cuando hay que ir rápido». Corrupción a propulsión a chorro en volandas yolanderas, y a la grupa de un sanchismo que no da tregua porque su corrupción es una frivolidad que se reduce a un deporte velocísimo: aquí te pillo y aquí te mato. ¡Guau! ¡Cómo me suena, y perdonen la comparación ociosa y odiosa, esta reflexión insostenible con el Zaratustra de Nietzsche!

Junto a la «voluntad de poder», infinita, «la voluntad de vida», insaciable, y junto a la «voluntad de igualdad», que hace tabla rasa de todos los privilegios heredados, estos principios apodícticos del gran filósofo alemán nada tienen que ver con el intelecto jibarizado y jibarizante de la tiranía y de la corrupción sanchistas, que no es más que un salivazo para el desmayo, un grosero cartel publicitario que no aguanta el más endeble de los juicios analíticos. A estos profetas de la corrupción los despachó Nietzsche con desprecio superlativo: «Estériles sois: por eso os falta la fe. Pero el que tuvo que crear, ése mantuvo siempre sus sueños proféticos y sus signos estelares (…) Puertas entreabiertas sois, que aguardan sepultureros. Y ésta es vuestra realidad: Todo es digno de perecer».

Así habló Zaratustra. Así lo suscribo y repito mil veces. Es tanto el descrédito de la democracia, tan podridas están las instituciones democráticas, tan sombrío es el futuro de la España invertebrada, y tan ulcerada se encuentra la sociedad libre, que sólo cabe escupir la rabia contenida: delenda est tyrannia.

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