La libertad de expresión y el TSJ

Bolaños y Concepción
El presidente del TSJ, al que se le agota la extensa prórroga de su mandato final, nunca ha dejado indiferente a nadie en sus intervenciones públicas. El viernes, en la que será una de las últimas, junto al ministro de un montón de cosas, también las judiciales, Bolaños, Félix, que tiene la manía de acudir donde no le invitan, dejó dos cosas interesantes Concepción, José Luis. La primera que «hay que dejar trabajar a los jueces». Sería interesante que incluso alguno se pusiera a ello. La segunda, consecuencia de la primera, viene a ser que «no es adecuado» que los políticos opinen sobre causas judiciales porque hay que «cumplir con la separación de poderes». Libertad de expresión. Este epílogo no encaja demasiado bien la biografía del presidente judicial que, en aras de la libertad de expresión, a la que siempre ha aludido y se le ha concedido, se ha dedicado a zurrar a diestra (poquito) y siniestra (con ahínco). Y además es elogiable, que sus señorías se expresen y se integren en la vida social por la vía de la libertad de expresión y la opinión fundada. Ya sea en artículos, tertulias, foros o entrevistas. Otra cosa es contaminar sentencias, autos y exortos de ideología de número. Y de esas hemos visto muchas y escandalosas, en cuyos casos el presidente del alto tribunal se ha acogido a su derecho a no declarar a fin de no incomodar al endogámico gremio. Entre togas no se pisan la manguera, dice un viejo refrán chino. Se han acabado los tiempos en los que en este país se podía hablar y opinar de todo excepto de las acciones de sus señorías y la Casa Real. Incluso se rompió antes el tabú de la monarquía que el de la judicatura, que ella solita se pone en ocasiones a la intemperie en su devenir. Sin ir más lejos, antes de irse, que eche un vistazo a la instrucción e investigación del ‘caso Esther López’, porque lo han convertido, entre idas y venidas, en el colmo del absurdo y paradigma de la chapuza. Un caso terrible. Tres juezas y un desorden sin igual.