Diario de Valladolid

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El panorama mundial está cambiando. La guerra en Gaza ha dado un respiro. Esperemos que el parón sea definitivo y la contienda se resuelva por vía diplomática. En el sur del continente americano está gobernando Milei. En Centroamérica, Bukele está influyendo decisivamente en materia de seguridad del país hasta el punto de que algunos territorios de su entorno están adoptando muchas de sus medidas. Las elecciones estadounidenses han dado la victoria al partido republicano. Trump se ha hecho con la presidencia y con la mayoría en la Cámara de los representantes y el Senado. La política internacional, en la que los norteamericanos tienen una gran preponderancia, va a dar un giro copernicano pues es el Senado el que marca las directrices del país a nivel planetario. La guerra de Ucrania tiene pinta de tocar a su fin o, al menos, a eso se ha comprometido el nuevo inquilino de la Casablanca.

Sin embargo, estos últimos días se ha producido un hecho que ha pasado desapercibido pero que puede condicionar nuestras vidas, por insignificantes que parezcan. Elon Musk ha entrado en el gobierno teóricamente como asesor en materia de reducción del gasto gubernamental, una especie de Eduardo Manostijeras del gasto público. Se le va a encomendar lo que el economista José Barea hizo en la época de Aznar, ir Ministerio por Ministerio y controlar el gasto de cada entidad pública, tratando de recortar todo lo que fuera superfluo. No obstante, el nombramiento del multimillonario tecnológico ha provocado pánico en algunos y calma y confianza en otros. Lo que sí es público y notorio es que el equipo de Trump quiere gobernar el Estado como si se tratase de una empresa, idea que puede parecer bonita e ilusionante para los que más tienen, pero que perjudicaría a los que carecen de empleo, educación, patrimonio e igualdad de oportunidades para enfrentarse a la vida. Además, la promoción de las tecnologías, si no están debidamente acotadas, puede llevar, inexorablemente, a que gran parte de la población quede excluida de los derechos básicos. Ojalá que ninguno de estos movimientos centrípetos deje de lado la justicia social, la preocupación por los más débiles e indefensos y las políticas sociales que se han ido consolidando a lo largo de las últimas décadas. Lo contrario, el mero utilitarismo, determinismo y pragmatismo, implicará que nuestros hijos vivan peor que sus padres. Y esto, desgraciadamente, ya está sucediendo.

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