TIERRA ADENTRO
Las luces de la ciudad
A VISTA DE PÁJARO, decíamos antes, ahora, a ojo de dron, las ciudades cuando llega la Navidad son celosías de luces contempladas desde el cielo. Destellos luminosos en mampostería nocturna. Derroche inusitado de luz y color a golpe de interruptor. De niño, las únicas luces que se encendían en las noches eran las que producían las luciérnagas, llenando de chispas los campos. Un encendido natural, un brutal espectáculo de luminiscencia que probablemente mi nieto no contemplará. De chiguito me contaban que las lucecitas de las luciérnagas eran estrellas que se habían caído del cielo, espíritus de los seres queridos y duendes de los bosques. Yo me lo creía. Hoy, cuando los más pequeños preguntan por las luces de la ciudad, les decimos que es Navidad. Que son luces de felicidad y exaltamos la belleza tintineante. Tal vez la respuesta que no está muy clara es qué es la Navidad. Qué mensaje nos envían tantas luces. Estos días en los que las ciudades se han vuelto locas disparando la factura de la luz, me sigo preguntando cuál es el mensaje que traslada al común tanto fulgor. Por mucho que lo busco no lo encuentro. No salgo de mi primera apreciación: es una simple y estúpida carrera para vencer en número de bombillas. Y así cada año independientemente de cómo les vaya a los iluminados, o sea, a los hombres, mujeres y niños que habitan la urbe. Las luces de la ciudad en Navidad son ajenas a la realidad social de los vecinos. Su valor material reside en garantizar un resplandor desbordante en un juego geométrico de formas y colores que se me antoja cada vez más como un poliédrico trampantojo que envuelve y relaja entre las risas de los paseantes sus penas. Tal vez no vendría mal colgar del alambre alguna frase que despierte conciencias solidarias, también en Navidad. No es nuevo este fenómeno de luz en la ciudad. Supongo que aquellos ciudadanos que contemplaron los primeros encendidos en sus ciudades alcanzaron el clímax de la fascinación. Vivieron aquel siglo XVIII que en Europa pasó a la historia como el Siglo de las Luces. Y era para alegrarse pues con esas luces nacía el nuevo reto de la Ilustración, que cambió el chip de las gentes y de la sociedad y tuvo tanta influencia sobre los procesos sociales y políticos del continente europeo. También se conoció este fenómeno como el del de Iluminismo. "Consideraba que la razón era la luz que iluminaría el conocimiento humano para sacar a la humanidad de la ignorancia y de esta manera construir un mundo mejor", dice la Enciclopedia de Historia. He ahí el quid de la cuestión. Toda luz tiene la obligación de iluminar, de arrojar brillo, claridad y esplendor. Y esto es lo que me pregunto cada año cuando paseo bajo el arco de la luz en mi ciudad en Navidad.