Diario de Valladolid

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En aquella peculiar película titulada ‘Los energéticos’, Esteso y Pajares se pegan 90 minutos frotándose las manos por los millones que les iban a caer del cielo o de los bolsillos de un Ozores disfrazado de jeque árabe por el petróleo que supuestamente se encontraba bajo sus tierras. En esta y otras películas de la época, el trasfondo es el mismo: hacerse rico. La peli de Esteso, Pajares y Ozores encaja perfectamente con la España de hoy, en la que el país espera posicionarse como uno de los líderes en la promoción del hidrógeno verde en su transición energética hacia un modelo más sostenible. Pero quizá haya que valorar otras opciones. Aquella película es de 1979 y, como tantas cosas de aquella época tales como el consenso, la convivencia o la Constitución, ha caído en el olvido. Por eso hoy rueda de norte a sur la creencia, casi acrítica, de que el hidrógeno verde será el maná del siglo. Sin embargo, a pesar del entusiasmo que rodea a esta energía, hay dudas sobre su viabilidad económica y su potencial real como solución energética a gran escala e inmediata. Para empezar, este gas, producido con electrolizadores que separan el hidrógeno del agua con energía renovable, requiere una inversión inicial muy elevada y las plantas de producción y su infraestructura suponen un reto financiero considerable. La gran pregunta está en si estas iniciativas pueden mantenerse a largo plazo y si representan un riesgo elevado para los inversores. Más aún, el temor está en que acaben convirtiéndose en un sumidero de dinero público, invertido en generar humo en el que cegarse y conformarse con dar por cumplidos no sé qué dogmas de la nueva sostenibilidad. Es altamente posible que la creciente atención que el hidrógeno verde está recibiendo, esté gestando una burbuja especulativa en torno a este sector, en el que Castilla y León y, particularmente Burgos, quieren destacarse como territorios punteros. La presión por acelerar la transición energética tienta para poner en marcha grandes inversiones, bien regadas de subvenciones, pero lo cierto es que los costes actuales del hidrógeno verde lo hacen menos competitivo que otras energías renovables como la solar o la eólica. Es más, la rentabilidad de los proyectos basados en hidrógeno verde podría tardar años en materializarse, lo que genera incertidumbre sobre si las expectativas están infladas por un exceso de optimismo. Cabe preguntarse si no es más interesante a corto plazo respaldar la implantación de plantas de generación de biometano a partir, por ejemplo, de los residuos de las explotaciones ganaderas para generar este gas combustible e incorporarlo a la red de gas natural, ampliamente implantada en los hogares de nuestras ciudades. Este sector sí lleva una rentablidad acreditada, pero vamos quince años por detrás de otros países. En unas cosas vamos demasiado rápido y en otras perdemos el tren. Así nos va.

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