Diario de Valladolid

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DE algunos pocos siempre sale algo. Leo, por ejemplo, que la carpa de Villalar ha recuperado su antiguo nivel de esplendor y de convocatoria. Puede que esto último sea cierto. En cuanto al esplendor tengo mis dudas. Yo viví aquel fervor pre autonómico, y después también los primeros años de Autonomía, y no... Concluyo que tenía su encanto, su derroche libertario, su exaltación democrática. Inolvidable. Recuerdo a un jovencísimo amigo mío –entonces militante en el sector crítico de Luis Gómez Llorente–, gritando con un altavoz potentísimo que te rompía los tímpanos y los témpanos de la avería mental: «¡En unos años esta Castilla Comunera y eterna, tendrá embajadores por todo el mundo!».

Lo que ahora veo y percibo –será sin duda porque los viejos vivimos en un «geriátrico» permanente y al cielo raso–, es que la fiesta se ha vuelto a politizar, que se ha dividido como una finca de concentración parcelaria, y que ya no hay ningún romántico, y con un colocón como los de antes, que te escribía una carta en la que te decía «soy un hombre profundamente enamorado de mi mujer», y que, además, te lo creyeras. No.

Las misivas que ahora recibimos no se las creen ni aquellos que las redactan: que antes de Villalar hay que celebrar el 18 de abril de las «Cortes Leonesas» como primicia del parlamentarismo moderno. Aquí no acaban las justas reivindicaciones. Los del Bierzo, que no se identifican ni con el 18 ni con el 23 de abril, piden que el 8 de septiembre se celebre el «Día de la Encina». Lo que me satisface un montón. Los del Soto, que es mi pueblo de nacimiento, que no de adopción, llevamos siglos reivindicando la encina como la capital de la bellotez universal. No cabe duda, de algunos pocos, se hace un algo.

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