Diario de Valladolid
La exministra Irene Montero, secretaria política de Podemos, y Pablo Fernández, secretario de Organización y coportavoz nacional, visitan Valladolid. -ICAL

La exministra Irene Montero, secretaria política de Podemos, y Pablo Fernández, secretario de Organización y coportavoz nacional, visitan Valladolid. -ICAL

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¿EN QUÉ SE parece Juan Roig a Irene Montero o Yolanda Díaz? Pues en nada, dirán muchos. Pues son como dos gotas de agua. El uno y las otras comparten una vocación de generosidad, compromiso y lealtad inquebrantables. El primero ha decidido repartir 600 millones de beneficios entre los cien mil empleados de Mercadona. Las segundas decidieron repartir indultos, amnistías y excarcelaciones a diestro y siniestro entre violadores de mujeres, pederastas niñas y agresores sexuales de todo género con su irreparable ley del sólo sí es sí. Sólo si eres violador te frotarás las manos cuando Irene se ponga la ley por Montero. ¿Se parecen o no? Por sus hechos los conoceréis. Que nadie lo olvide a la hora de hacer la compra o ir a votar a las elecciones europeas. En el final de la ruina propiciada a Podemos por Yolanda Díaz, un política leal y honesta con quienes la auparon la vicepresidencia,  ha colocado al frente del departamento de Organización al bueno de Pablo Fernández, procurador leonés por Valladolid en las Cortes de De la Hoz y Pollán. A Fernández le va a tocar organizar la mudanza y el sepelio. Porque no queda mucho por organizar. A no ser que la función atribuida con la marcha de Lilith Verstrynge Revuelta sea la del chiste de la orgía, que pedía a gritos «organización» tras haber sido atracado varias veces por la espalda sin saber de dónde venían los tiros. A cambio le han colocado de tres en la lista de las europeas, puesto en el que no va a pillar ni una aproximación, mientras confía en la pedrea del Grupo Mixto de las Cortes de los Billetes, ahora que el sueldo va a ser cosa de dos, porque tres son multitud tránsfuga. Más tiempo tendrá alguno para recuperar su afición en X, antiguo Titi, por las cuentas cachondas, pero no cachondas de risas, cachondas de las otras, donde metía el cuezo con fruición salivante.

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