Diario de Valladolid

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LA PERSONA oportunista suele ser capaz de aventurarse en estándares sofisticados que están erigidos en todo aquello que genera beneficios tangibles para su propia economía personal. Late ahí el hecho inmune e impune de recurrir a la «zorrería» para amamantar la astucia innata de quien acude a sí mismo y se muestra a sí mismo frente a los demás, ostentando méritos ahuecados, locuaces o palabreros que no le acompañan y nunca le acompañaron. Promete el oro y el moro, y se vende con halagos y artificios narcisistas que nunca han sido ciertos. Unos políticos muestran títulos falsos para demostrar a los electores que estudiaron en sapientísimas universidades, otros compran votos en las asambleas de los partidos políticos y hacen trampas a los propios compañeros, otros exhiben doctorados plagiados que no tienen ni chicha ni limoná, como dice la canción de Víctor Jara. Esto es un fragmento de lo que concilia la política española de este preciso instante. Es la causalidad simplista que se regocija en la apariencia, verborrea o facundia para convencer a los cientos de personas que ya son defensoras de esa causa, y que acuden a los mítines para oír sandeces y boberías que se terminan creyendo. Pues el político de chicha y nabo, que abunda más de lo que pensamos, suele poseer un don especial para convencer al pueblo de cosas jocosas y grotescas. Este juego, en principio, se llama democracia. Permite que el candidato pueda decir lo que le dé la gana, aun sabiendo que nunca cumplirá con lo que dice y nada ocurrirá, porque los jueces no son nadie para juzgar a los políticos. «Si entran en la cárcel, ya los sacaremos para eso están los indultos y también las amnistías». Y cuando un candidato gana las elecciones hace lo que quiere, porque es un nuevo y lustroso momento de su vida. Ya es diputado, senador, ministro o presidente. Luego hay que acunarlo, arrullarlo y llamarle señoría. 

Los hay diferentes. Afortunadamente los hay diferentes, son los que saben plasmar la realidad. Los que se responsabilizan de lo que el pueblo, desde las urnas, les ha encomendado. La política debería servirnos para ennoblecer la democracia y por eso me asombro tanto cuando en el Parlamento Español se vota a mano alzada, para que todos sepan qué vota cada uno. Pues el auténtico voto democrático debe ser siempre meditado, secreto y personal. 

La fatalidad y la trampa no deben supeditarse a los caprichos partidistas. La democracia es la verdad de acción y de omisión. Es la confrontación con todo aquello que no representa lo objetivo, lo justo y lo neutral. Es la lealtad imperecedera o es lo que hizo don Quijote: poner en riesgo su bienestar particular enfrentándose a enemigos peligrosos.

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