Diario de Valladolid

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NO SÉ cómo podemos dormir por las noches. Ni echarnos una siesta. Esto no es vida. Ni color. El día menos pensado, ni nos levantamos. Nos duermen. Para siempre. Estamos metidos en un jardín. En un lodazal. Paseamos vestidos y de la mano por el infierno, que es donde habitamos y, curiosamente, donde no nos quemamos. No es un milagro. Es una engañosa realidad virtual. En verdad, vamos en pelota viva. Lo que viene siendo corito en mi tierra. Por ahora. Cada día me parece más real, más justificado y profético el trazo de El Bosco y sus picantes y ácidas alegorías morales. Las tablas del pecado mortal.

Las tablas cochinas unidas por los pecados del hombre. Y de la mujer. El Jardín de las Delicias es el IKEA del Kamasutra. El súper del pecado de lujuria. El mundo se ha entregado a la causa de Sodoma. Y de Gomorra. Y sin sal. Y claro, habrá que pagarlo. Estamos en ello. Con tan solo abrir una ventana en cualquier rincón del planeta habitado comprobaremos que el viento no sopla igual que antes ni mece las mismas hojas con ese baile tan otoñal. Y que las balas silban igual que siempre. Nos disparan desde cada vértice de la rosa de los vientos. Si guardas silencio... del interior de nuestra caracola imaginaria salen notas de metralleta, de obús, de bala... Son rayos que no cesan y se nos han hecho huéspedes en la conciencia.

Hoy, como ayer, tenemos la suerte de formar parte de viejas y nuevas profecías. Los profetas de hoy, que les hay y muy buenos, ya se van dejando caer. No les calla nadie. Aunque les atonta la progresía y les marea el poder. Les arrinconan, pero siempre consiguen descargar su mercancía a tiempo. Un portugués al frente del gran “carro de heno” de la ONU dijo «la humanidad ha abierto las puertas del infierno». Con un par. ¡Y no le echaron! Es el secretario general de la ONU y denunció ante la Asamblea General «la avaricia desmedida» de la industria de los combustibles fósiles. Ahí queda eso. A veces hasta parecen buenos. Es verdad, nos estamos cargando el planeta. Y a sus moradores. No tenemos medida, deshelamos los polos y llenamos de cascotes las ciudades. Y de muertos. También de hambre. Qué cojonazos tenemos.

No hace tanto lloramos con Ucrania. Y seguimos llorando. Desde ayer nos hemos unido a las lágrimas de Israel. Y va para largo. Visto así, la fantochada de Puigdemont y las salidas de Sánchez parecen frivolidades livianas entre tanto deshielo y tanta sangre inocente y tantos niños y madres otra vez en la guerra. Estoy por escribir una carta a las Naciones Unidas, pero no sé si la leerán y dudo que haya destinatario. Estoy por enviar a la ONU el Manuscrito de Voynich, cuyo alfabeto, dibujos y miniaturas nadie ha podido descifrar todavía. Y no me río. Me muero poco a poco. Vosotros, también.

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