Diario de Valladolid

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“Hola, hola”. Va por ti, maestro Pepe Domingo Castaño. Apenas logré verte un par de veces en mi vida. Y de muy lejos. Luego, durante muchos años, más cerca. Al oído y siempre escuchando tu voz con ritmo y sonrisa añadida. Eso solo lo regala el oficio de la radio. Y lo logran los grandes como tú. Pero no quiero dejar pasar estos días sin recordar algo contra lo que me he defendido injustamente toda mi vida profesional y una sola frase tuya me puso en mi sitio.

La publicidad, la institucional y la privada, era la que me mantenía. Nos mantiene. La que me dejaba hablar, escribir, comentar. No era la afición, la audiencia o las palmadas. Si seguías ahí era y es porque alguien pone los euros para que puedas crecer. Empresarios que creen en lo que haces y en la empresa que te abre la ventana donde asomarte. Lo aprendí algo tarde, pero descubrí la fuerza y la entraña en tus cuñas y en el humo de tus puritos. Ahora entiendo que determinada información sectorial es posible y efectiva siempre que unos pocos inyecten euros y su confianza en los medios.

Cuántos de las élites, de los renombrados, de los que, según ellos, no necesitan publicidad y creen que la fama mediática ha sido solo cosa suya, no saben que se lo deben a los que apoyan a los medios y apadrinan los titulares de su gloria y glamour. Esta declaración de conciencia no quiere decir que uno deje de ejercer la información para comunicar solo en varias direcciones. Que, por otro lado, rara vez se han salido de la linde de mi criterio personal. En mi caso, casi todo lo que salía, y aún sale, de mi mochila son caramelitos para mis compañeros y compañeras de los departamentos comerciales.

Todo tiene un trasfondo comercial. Todo. Y yo, tonto de mí, creyéndome importante sin merecerlo. Hablar de territorio, de su amalgama cultural y natural, describir el producto tradicional sin más y el de ese campo denominado delicatessen (que sigo sin saber que significa hoy) animar a viajar, a conocer una tierra mal frecuentada, catar sus vinos o a sentarse en las mesas selectas, aunque servidor ya se decante por el glorioso menú del pueblo, del día y del común. Todo ello sin promoción, sin publicidad, no sería consumido ni conocido. Tampoco las agendas culturales y festivas de pueblos y ciudades y las acciones y proyectos serios y beneficiosos para la sociedad que surgen desde las diferentes administraciones. A la postre, gestoras de la cosa pública y de nuestro dinerito. Adiós, maestro. Tomo nota de tu apunte. Que cuando las estaciones del oficio se vayan cerrando, no hay que bajarse del tren de la radio hasta el final.

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