Diario de Valladolid

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CUCÚ CANTABA la rana, cucú debajo del agua. Mi vecina Carmina me ha traído el miércoles de su pueblo unos chorizos que quitan el hipo. ¡Bua! Curaditos, picantillos, con carne de primera, al vacío, con su código de barras y fecha de caducidad. O sea, un producto del campo a la mesa sin corrupciones. Qué sé yo… como si fuera el dogma de la Inmaculada Concepción, pero pasado por la carnicería de su pueblo.

Al entregármelos como si fueran una delicatessen del Corte Inglés, me hizo una solemne advertencia –que es a lo que voy aquí–, de la que no tenía pajolera idea, a pesar de que la noticia corre por internet desde hace tiempo como fenómeno viral o como noticia falsa: «Te los puedes zampar con toda la confianza del mundo porque estos, como puedes comprobar, no llevan la etiqueta de la rana ni tampoco el patrocinio de Bill Gates». Y a internet tuve que irme para no quedar como un panolis. Y aquí, efectivamente, me enteré de lo que es la etiquetita de la rana para alimentos: un invento de Rainforest Alliance que certifica que un producto ha sido elaborado bajo el auspicio de una «sostenibilidad» progresista: «social, económico, y ambiental». Y ahora tócate lo que quieras con el argumento que te dan. Aunque la rana come insectos, los productos con el logo de la rana  no tiene insectos, y si los tuviera –y aquí la trampa del tendero en la que caemos los cabestros–, irían «debidamente etiquetados». ¡Ya te digo, pingüino!

¿Y qué pinta aquí Bill Gates que, como todo el mundo sabe, quiere que comamos alfalfa gatinizada como alimento básico de la agenda 2030? No se preocupen por ahora: no es más que un colaborador, un «donante» de Rainforest Alliance. Como para fiarse de la rana que no tiene pelo ni lana. Por aquí…

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