Diario de Valladolid

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¿QUÉ HACES?, me pregunta mi psicólogo feliz desde el puerto de mar donde veranea tan ricamente. Le respondo con envidia tiñosa: pues qué voy a hacer, aquí en casa por los cerros de Úbeda echando cuentas a ver cómo salgo unos días de este encierro. Pero ni por esas, galeno: que no, que no me salen las dichosas cuentas. Así que le digo resignado y contento: me iré una semanita a casa de mi hijo a ver si tomo un poco el sol para hacer acopio de la vitamina D que me ha recomendado el médico.

Pues sigue, sigue haciendo cábalas por los cerros de Úbeda, que llorar a boca cerrada, es como pedir cuentas a quien no da nada. Esta respuesta me ha encorajinado. No hay derecho. Oiga, que en mi edificio soy el único pavo con las ventanas abiertas a ver si corre el aire. Hasta mi vecina Carmina se ha ido a su pueblo para celebrar la Virgen de Agosto sin echar demasiadas cuentas: que me voy al pueblo, y que te den con el rabo en la sartén, profe de cuentos y de cuentas al cuadrado. Tampoco es eso, Carmina, un respeto.

La verdad es que este verano tengo envidia hasta de Pedro Sánchez, que se ha ido a Marruecos con el Sultán, y dándonos a todos los españoles con la puerta en las narices con unas minutas de ensueño. El caso es que, aun en funciones, el tío es listo: se ha ido con las cuentas bien hechas. A mí se me parecen, como he mencionado en alguna ocasión, a las del Gran Capitán, cuando Fernando el Católico le pidió cuentas por los cuantiosos gastos de la campaña electoral de Nápoles. Gonzalo de Córdoba, con un cabreo impresionante, hizo este listado cachondísimo y tumbativo:

«200.736 ducados y 9 reales en frailes, monjas y pobres que rueguen a Dios por la prosperidad de las armas españolas; 100 millones en picos, palas y azadones; 100.000 ducados en pólvora y balas; 10.000 ducados en guantes perfumados para preservar a las tropas del mal olor de los cadáveres de los enemigos tendidos en el campo de batalla; 170.000 ducados en poner y renovar campanas destruidas con el uso continuo de repicar todos los días por nuevas victorias conseguidas sobre el enemigo; 50.000 ducados en aguardiente para las tropas un día de combate; millón y medio de ídem para mantener prisioneros y heridos; un millón de misas de gracias y Te Deums al Todopoderoso; tres millones de sufragios por los muertos; 700.492 ducados en espías, y cien millones por mi paciencia en escuchar que el Rey pedía cuentas al que le ha regalado un reino».

Estas, al parecer, fueron las cuentas oficiales. Pero hubo una adenda, que ha desaparecido del Archivo de Simancas por causas naturales, y que detallaba las cuentas oficiosas, que redondeó el cuentandante del Tito Berni de aquella época, con estas partidas sustanciosas: «150 millones en putas; otros tantos en coca y chocolate del loro; 300 millones en sobornos, y 720 millones del ala para que los contadores del reino hicieran la vista gorda». Mareado por estas cifras de máxima actualidad, qué quieren que les diga: se me han hecho los ojos chiribitas con la modernidad del unte, que diría la Lozana andaluza.

Pero no rompamos la hucha del cerdito antes de tiempo. Aquí, antes de irse de vacaciones, todo Dios echa sus cuentas como el beato de mi pueblo que siempre las arreglaba porque tenía uñas de gato. Es decir, cuentas que cargan a cuenta del contribuyente con una desvergüenza veraniega que enseña las vergüenzas íntimas sin importarles ya un huevo. Son las mismas cuentas del gran capitán Sánchez previas a su investidura que, como Presidente en barrena, ya no conocen fondo ni constitucional ni hacendístico que se le ponga por delante.

Las más pantagruélicas y descomunales son las sumas que exige el independentismo catalán: 70.000 millones de euros para condonar su deuda. Les encanta cuadrar las cuentas de 70.000 millones en 70.000 millones. La última, recordarán, sucedió a principios de enero de 2018, cuando el odiado Estado español ingresó 70.000 millones al Gobierno catalán para que tuviera la suficiente liquidez. Ahora caerán los mismos milloncejos por costumbre, por solidaridad golpista: el dinero público no es de nadie, sino del primero que más gasta.

El segundo puesto en la pole facturera y mogollonera lo ostenta el independentismo vasco. ¿No han visto lo gordos y rollizos que se muestran los ejecutivos del PNV? Ellos van a lo suyo: a la pasta gansa con una gran fidelidad, pues sólo firman letras a noventa días y sin pasarse un minuto más. Los de Bildu echan otras cuentas a mayores. El pasado criminal hipoteca sus bolsas de inversión con un gran sentido racional y aristotélico: que todos, más pronto que tarde, pasemos por su cofradía. Todo lo demás -con la «España rota» que dice Otegi y con su experta asesoría en metralletas y voladuras- se nos dará por añadidura: gora ETA, venceremos.

El tercer puesto -el de Yolanda Díaz y Pablo Iglesias- no es más que cacharrería decimal dentro de la ley D’Hondt: que el dinero de los contribuyentes pase a su bolsillo sin más transacciones ni divertimentos, o que directamente caiga del narcotráfico madurista y petroskista como… como un don del cielo.

El resto de los mortales no entramos en el reparto de estas cuentas pantagruélicas y del tutiespoco. Con verlas pasar sin darnos miedo por los cerros de Úbeda como lo que somos -como unos tuticabras en ayunas- tenemos más que suficiente para ser felices. ¿Para qué, se preguntaba Lenin, el dinero? Sólo, respondía el maldito con cirugía plástica, para «ocupaciones auxiliares». En resumen, que a la vuelta de las vacaciones, con la depresión posvacacional, y con los dorados del cuerpo chorreando, nos vamos a enterar de lo que vale un peine para formar Gobierno.

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