Monumentales promociones
El violetero Sánchez, a menos de un mes de las elecciones municipales y autonómicas, nos ofrece, unas monumentales y conflictivas promociones en ramos de flores que nunca hemos visto en las floristerías del reino. Qué esplendor, qué colorido, qué frondosidad a cuenta de la gloria vana que florece sola y que no da grana, que advertían algunos poetas del siglo XV. Sánchez, que es el consumidor de follaje más floripondioso que ha tenido la democracia española, se ha convertido en un floristerista desestructurado.
Es decir, que lleva el conflicto hasta a la mismísima elaboración de los ramos que, como jardinero mayor de la Moncloa, ofrece a los españoles para que no se sientan poetas desaprovechados, sino primos de bodas y bautizos en feliz romería. Su plan es ambicioso: que cada semana tenga el contribuyente un ramo de flores que aspirar. Así que mezcla margaritas, lirios, violetas, anturios y yerbajos de Venus al desgaire porque piensa que, al fin de cuentas, todo en jardinería se reduce a tamuja de romero puro que rima con capullo.
Esta filosofía del capullo es muy socorrida en política, a juzgar por el juego que da. En Castilla y León, de la mano de Zapatero, ya se nos aplicó como receta desestructurada. Es muy sencillo. Consiste en hacer política al modo de la urraca: todo lo que vieres se vende en la plaza. Corría el 2011, y Óscar López –hoy a la sazón jardinero jefe de los vergeleros de Moncloa– se presentó a las elecciones autonómicas para que nos enteráramos de una evidencia: que con él llegaba «un PSOE fuerte que va a defender los intereses de Castilla y León por encima todo», y bla, bla, bla.
Aquel fenómeno se nos presentó, textualmente, como el ramo del «puro cambio» con dos platos fuertes: a Óscar López en bicicleta, y a Patxi López como huésped de honor. La debacle frente a Juan Vicente Herrera fue homérica. Con este dúo de lopicos, y fuera de toda realidad, el candidato Óscar López, in person, me hizo una oferta tentadora. En un almuerzo a orillas del Pisuerga –al que asistieron un célebre pintor como maestro de ceremonias, un ex Presidente de la Junta de Castilla y León y un Director de periódico como testigos–, me ofreció un ramos de flores untuoso y suntuoso: que aceptara formar parte del programa electoral del PSOE en política cultural «pa tirar palante», me dijo. Una oferta que Óscar López –ya Lopico, pico, pico– jamás formalizó y que yo, con lo que me gustan las flores, nunca acepté.
Cuento esto –que ya he relatado en varias ocasiones–, porque curiosamente, doce años después, vuelven ahora los mismos actores –Óscar López en Moncloa sin bicicleta, y Patxi López en las Cortes Generales sin la lehendakaritza–, dirigidos esta vez por Sánchez como si fuera Zapatero, pero ofreciéndonos a todos desde el falcon los mismos ramos de jacarandas del «puro cambio» en faraónicas promociones frankensteinianas, que siempre nos pillan con el pie cambiado: ¿qué más queréis si no, blancas palomas, capullitos de mis entrañas?
Pues nada, qué vamos a querer. Entre otras muchas cosas, que desaparezca cuanto antes la nueva Ley de Vivienda promocional del violetero Sánchez. Razón: es una ley tan parecida a la del sí es sí que, desde que fue aprobada el jueves pasado en el Congreso de los Diputados, ya forma parte esencial del mismo ramo desestructurado del sanchismo totalitario: «Vamos a convertir lo que hoy es un bien de lujo en un bien de primera necesidad».
Básicamente, un golpe a la Constitución que refrenda el derecho de propiedad y el de vivir en tu casa, en tu hogar, como lo que realmente representa: como si fuera el orbe de toda la existencia donde todos los arraigos conforman una vida libre sin influencias del tirano, sin políticas alienantes, sin verdades de medio pelo, y sólo con ese espacio mínimo y vital donde el cuerpo y el alma viven en paz con la tierra y con sus semejantes. Todo esto, amigos míos, lo resumió Cicerón con 5 palabras definitivas, vibrantes y exactas en su libro Epistulae ad Familiares: «Quae est doméstica sede iucundior?». Traducido: ¿qué hay más placentero que la propia casa? Nada, absolutamente nada.
Bueno, pues con semejante ramo de flores negras está jugando la ley sanchuna de la Vivienda. Un meneo legislativo que incluso va más allá de nuestra Constitución. Da la sensación que quiere suprimir de cuajo todos los códigos desde Hammurabi, pasando por el romano y el napoleónico, que han sido la cuna de la civilización, el semillero de los derechos fundamentales de toda vida, e incluso la referencia de lo que hoy entendemos por vivienda social, y que, con el Gobierno Frankenstein, cada día sabemos menos a qué se refiere ese concepto tan sanchunizado por monumentales promociones florales.
Y todo porque el señor Sánchez quiere regalar a sus amigos los okupas el hogar que fue de nuestros padres, el que tanto nos ha costado levantar con el sudor de nuestra frente, o el que, en algunos casos, hemos heredado con toda legitimidad y que sirve para aliviar no pocos problemas. Es lo que estamos observando y comprobando con miles de casos que ya se han convertido en un clamor vergonzante de okupación especulativa, arbitraria, y de latrocinio amparado por las leyes de una república corrupta.
Frente a esta situación intolerable, sólo nos resta que el Gobierno nos diga con quién tenemos que compartir nuestra casa, cómo, cuándo y por qué. Una situación que ya indignaba a Gracián en El criticón: «no hay Hércules en el mundo que sujeten estos monstruos, estas tiranías… y que un solo caco… que un ladrón en cada esquina haga de cada casa su cueva». Así que mira, chico, «que te vote Txapote», el 28 de mayo.