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Arturo Alvarado

Realidad virtual en el banquillo

Real Valladolid.

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¿Cuándo tiene que saltar la alarma en un equipo? Existen tantas respuestas como aficionados. Unos pueden ver el peligro a kilómetros y, presurosos, reaccionan. Otros lo tienen encima y siguen tranquilos. Y lo mejor es que ambos pueden estar acertados. O equivocados. Porque el fútbol no es una ciencia exacta. 

Mi activación de los sensores que avisan de una posible catástrofe no se produce tras malos partidos del Pucela o planteamientos lamentables del técnico. Ambas circunstancias son subsanables. La luz roja brilla y la sirena ulula cuando el 99,9% de los espectadores ve un partido y el entrenador presencia otro opuesto.

Si lo dice porque lo piensa, malo. Si no cree en lo que manifiesta, pero entiende que es lo mejor para el ambiente del vestuario, peor. Porque si algo se ha demostrado con este Real Valladolid, es que la caricia le relaja, como si fuese un poni en lugar de un caballo de carreras. 

No se trata de darle con el látigo pero sí de hacerlo restallar en el aire para despertar a una plantilla acomodaticia y acostumbrada a seguir la ley de mínimos. Sólo espabila cuando siente en el cogote el aliento del descenso. Entonces se activa. Hasta que la distancia le vuelve a relajar y se repite el ciclo. Ha hecho de la irregularidad su signo más regular. 

Este Pucela vive al día. No es ambicioso porque carece del suficiente espíritu competitivo. Y tampoco se le inocula desde un banquillo en el que Pacheta ha adoptado la posición de padre, más que la de jefe. Por supuesto que exige, pero lo hace como padre, no como jefe. Y hay una diferencia sideral entre ambos niveles.

Hasta ahora el míster había sido más o menos realista en sus ruedas de prensa, pero la del Athletic destruyó todos los límites de la realidad hasta crear otra paralela. 

«El rival es más fuerte y más rápido que tú. Es un equipo muy bueno y duro. A nosotros estos equipos nos hacen mucho daño porque no te dejan y son más fuertes y rápidos», dijo. 

¿Mejor entonces quedarse en casa? ¿No se ha encontrado un antídoto a su juego, después de dos derrotas sonoras, incluida la del amistoso de Miranda? ¿Por qué llegaba tras sumar 1 punto de los 12 últimos? ¿Cómo pudo el Girona ganarle hace poco 2-3? 

«Agradezco el esfuerzo tremendo de los jugadores, que se han dejado el alma».

¿Jugaron como en los dos partidos ante la Real? ¿El nivel de Escudero, Iván, Plano, Plata o Joaquín fue de dejarse algo sobre el césped que no fuese la inanidad?

«Cuando queríamos cambios ha llegado el 0-2».

¿Queríamos? La única persona en todo el mundo que no puede decir esa palabra es el entrenador, porque es el único habilitado para hacerlos. Y llegaron tarde. Como ocurre cada vez más a menudo.

«Son golpes y golpes que te hacen llegar al final del partido muy cansado».

Toque victimista. Que se gire Plano para que no le dé de lleno el  balón del primer gol no es mala suerte. Que Joaquín no sepa aguantar con los brazos atrás un centro, tampoco lo es. Son malas decisiones. Y Pacheta, según su teoría, obvia la suerte de  que Dani García resbale, le deje el balón a Larin solo ante el portero, le estrelle el cuero, le caiga el rebote y marque.

Pero lo peor llega al final.  «No me voy especialmente preocupado. Hay que arreglar cosas, pero la voluntad del jugador ha sido buena».

El primer paso para la curación es el diagnóstico de la enfermedad.  Si es erróneo o, peor aún, si se considera que el sujeto es incurable por sus limitaciones, ya podemos ir encargando el ataúd.

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