Diario de Valladolid

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YA ESTÁ aquí. Me refiero a la ley animalista de Sánchez, y que algunos –remedando a la Ley del sólo sí es sí– ya han calificado con una bestial ironía como la ley del «sólo guau es guau». Ampliable, claro está, a la del sólo miau es miau, sólo clocló es clocló, sólo tití es tití, y así hasta agotar el lenguaje articulado del último vertebrado para declararlo lengua vehicular en todos los colegios y universidades españolas.

No se rían, porque la cosa es muy seria, pues está a punto de suceder. Lo verán de inmediato en cuanto desde el Congreso de los Diputados –que se ha convertido en una extensión de la reserva natural del Masái Mara– nos apliquen el rodillo animalista en el que sólo existe un código:  el del animal más feroz, y ojito con invadir su territorio o extralimitarse en reivindicaciones humanistas. De esta ocurrencia con rulos para permanentes bigudíes, ya nos previno en 1945 –o sea, hace ahora 78 años– el socialista George Orwell con una sátira también bestial contra el dictador y criminal Stalin, titulada Rebelión en la granja. Aquí se habla de las andanzas del cerdo Napoleón, que se había hecho con el poder absoluto de la granja de animales con este eslogan arrasante: «todos los hombres son enemigos, y todos los animales son camaradas». ¿Cómo afectará a Castilla y León la ley estalinista-animalista-frankensteiniana? Pues como la animalada de Orwell. Implícitamente, quieren cargarse la agricultura y la ganadería. El escobazo a una rata se pena con cárcel, el veneno a los topillos con multas impagables, y pobre de ti si una perra se escapa y vuelve preñada a casa. Hablamos, por tanto, de una ley que acabará con los animales porque, sencillamente, no protege su animalidad.

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