Diario de Valladolid

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POR FIN volvemos a la normalidad informativa tras la mudez navideña. Es decir, con los periódicos de papel a su brega, con la prensa en redes a sus espacios, con las televisiones a sus programas de adoctrinamiento, y con las radios donde la noticia cobra vida y empieza a ser realidad inmediata y en directo. Ya era hora, pues este año -con la excusa de que no hay pandemia y que todo en el monte es orégano- la desinformación ciudadana ha sido irreparable.

Qué sé yo… pero escuchar a ciertas emisoras en estos días de felicidad al trote -me refiero a las no gubernamentales que viven de su club de fans-, parecían un villancico rayado. La huida en masa de sus voces mediáticas -como si en Nochebuena se hubieran atragantado con el hueso del jamón que anuncian sus cestas a bajo coste- daban fe del gran dolor de pescuezo con baja laboral hasta después de Reyes. Sustitutos y becarios se han desgañitado en vano repitiendo programas de hace meses para llenar huecos. Suena a tomadura de pelo. Ni que fueran funcionarios de la noticia que de juguetes viejos hacen agravios nuevos.

Esta huida general y este deporte del avestruz con hoyitos de alhelí en la arena, le han venido a Pedro Sánchez como la color al engaño, donde todo es posible y donde las apariencias siempre engañan. O sea, como anillo al dedo. Si con la lotería del 22 de diciembre ya se llevó el Presidente el gordo más suculento para las arcas públicas, ahora con el cante del Niño le ha vuelto a sonreír la suerte. En medio de una felicidad universal e igualitaria -una insistente feliz Navidad, feliz Año Nuevo, felices Reyes como un troleo progresivo en pañales-, su estadística del feliz bienestar a 200 euros la cesta, es la única que hemos escuchado en estas fiestas como gran noticia.

Qué quieren que les diga, pero esta felicidad triunfante de Sánchez es de una simpleza trágica. Me recuerda a la balada de Schiller, El anillo de Polícrates. Cuenta aquí el gran romántico la historia del tirano de Samos, mostrando a su amigo Amasis, faraón de Egipto, sus riquezas y la felicidad insultante de sus gobernados. Ante las fanfarronadas del tirano, le advierte el faraón: «El goce ilimitado de la vida no se concedió nunca a un mortal». Polícrates se parte de risa, y se le ocurre sobornar a los dioses ofreciéndoles un anillo que tira al mar. Y aquí, velozmente, cambia su suerte. Un pez se traga el anillo, el pez pica el anzuelo del pescador de palacio, el cocinero sirve el pez, y el anillo vuelve al tirano. El faraón que lo ve, dice espantado: «me alejo para no perecer contigo». Total, que Polícrates muere crucificado tras una serie de pericias adversas.

Conclusión posnavideña de toda esta felicidad imparable y en cascada: que la rueda de la fortuna en muy poco tiempo da muchas vueltas y muy contrarias. Curiosamente, ante tanto triunfalismo sanchuno, hemos vuelto a escuchar, a pesar de los silencios mediáticos del jamón en lonchas, las advertencias de Amasis. Uno de sus amigos de partido ha formulado esta petición concreta a los Reyes Magos: «Librad a mi PSOE de la corrupción». También alguno de la leal oposición ha hecho a sus Majestades esta plegaria ferviente: «Llevadnos a Sánchez».

No me extraña, pues las medidas de Sánchez para vender felicidad navideña a troche y moche durante todo el año son una trampa que ofende, en primer lugar, a los dioses de las estadísticas. Los dioses nunca comparten estadísticas con un tirano porque, sencillamente, ellos son los dadores de vida y felicidad, y jamás renuncian a esta prerrogativa a favor de mortal alguno que es pura contingencia, que señalaba Aristóteles. Razón: no pueden dejar de ser lo que son. Lo único que hacen es cegar al tirano con el cante del Niño, esperar a continuación la llegada de un simple constipado, de una revolución o de unas elecciones, y que se lleven por delante a esta inmundicia.

En segundo lugar, ofende a los sufridos ciudadanos que han de soportar impávidos las infames estadísticas del Gobierno. ¿Quién se cree el plan hidrológico de Sánchez, cuyo fin no son los ciudadanos sedientos o hambrientos, sino que las aguas desemboquen en la mar océana solas, íntegras, borrachas, y en calma chicha? ¿Quién se traga que con la supresión del delito de sedición y de corrupción, ya no habrá más ladrones separatistas y filoetarras, ni ERES, ni tramas Azud y de Acuamed? ¿Quién se imagina que con 200 euros se estabilizan los precios anuales de la cesta de la compra? ¿Quién en su sano juicio puede concebir que con la aplicación de la Ley del sí es sí salgan libres violadores y asesinos? ¿Quién, finalmente, puede aceptar sin más explicaciones que en las cifras del paro no se incluyan a más de medio millón de fijos discontinuos que no trabajan a todos los efectos?

Nadie. Y es que en la vida real no hay nada tan ficticio, pernicioso y corrosivo que un tirano como Polícrates, poniendo en el bombo del Niño la felicidad universal que cae del cielo porque él lo ordena. Todo esto lo remataba así Quevedo en el Epitafio de una dueña: no hay cosa «más necia y presumida que un dichoso».

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