Diario de Valladolid

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PERPLEJO. Me ha llamado un juez amigo mío -de los pocos que ya me leen, porque los enemigos hace mucho que se pasaron al Marca-, para decirme, ¡hombre!, tienes que ser más comprensivo con el Supremo. Si sus señorías han dejado entrar en sus sedes a un elefante, ha sido con la mejor voluntad del mundo, por ser dialogantes, por comulgar con ruedas de molino a la hora del desayuno, y por el buen rollito entre instituciones. Y es que, a veces, no hay otro remedio para evitar males mayores.

En mi habitual manía de escribir apoyándome en citas de los clásicos    -sin duda para dar un tiro luminoso a la confusión del lenguaje cotidiano-, entendí que el señor juez quería llevarme a estas palabras concretas que dice Cervantes en su entremés de La elección de los alcaldes de Daganzo: «¿Cómo, pues, si me dan zurda la vara,/ quieren que juzgue yo derecho?». Es decir, que como yo entiendo por zurda, izquierda, comprendo que Cervantes diga que con vara de izquierdas no se puede juzgar derecho.

La verdad, me hubiera gustado contestar al señor juez con otra cita de esta misma obra, mucho más contundente, y que para Cervantes y para mí es la base de la justicia: «quien miente, miente./ Y quien verdad pronuncia,/ dice verdad». Ya. Pero si en la actualidad al mentir se le considera política normal de izquierdas, ¿cómo juzga ahora un juez la mentira y la verdad, que es la base de su trabajo legal? Como no quise andarme con literaturas, le di las gracias y me callé, pues eso de andar con paños calientes no es lo propio de la Justicia, sino de los curanderos.

Lo cierto es que ahora se quejan algunos jueces por estar en lo más alto de un tobogán y verse empujados desde un artilugio tan deslizante. Una situación embarazosa que podrían explicársela muy bien sus colegas de Cuba, Nicaragua, China, Venezuela, Bolivia o Corea. Es decir, jueces empleados del partido único, donde la Justicia depende de una ideología, y donde el derecho emana de la verdad, de la moralidad, de la justicia, y de la democracia testicular de un tirano.

También es cierto que hay sentencias y sentencias. Me refiero a esas palabras clave, o comprometidas, que salen de la boca o de la pluma de ciertos magistrados, defendiendo o combatiendo un delito. Por ejemplo, las palabras que han dicho, o que no ha dicho, después de los indultos del Gobierno en contra de su dictamen. Ellos saben perfectamente -y copio a Cervantes en su entremés- «que suele lastimar una palabra/ de un juez arrojado, de afrentosa,/ mucho más que lastima su sentencia,/ aunque en ella se intime cruel castigo».

Está claro, señorías. Si algunos han perdido el valor de su palabra, y ahora están en la pendiente del tobogán, deberían reflexionar. Por ejemplo, cuando llaman sedición a lo que es claramente rebelión. Al hacerlo, no sólo deterioran la Justicia y la política de un país, sino que dan al traste con su oficio por algo que también señalaba Cervantes: « No es bien que el poder quite la crianza,/ ni que la sumisión de un delincuente/ haga al juez soberbio y arrogante».

Ítem más. Ahora mismo se han emitido sentencias contra la actuación ilegal y anticonstitucional del Gobierno durante la pandemia y en otros tipos de prácticas. Vemos cómo el Gobierno se pasa las sentencias por el arco de triunfo, o cómo una ministra insulta a los jueces y les llama prevaricadores. ¿Qué hacen mientras los jueces y fiscales? Como si otorgaran, callan. Lo cual, unido a los incumplimientos sistemáticos en Cataluña, el respeto se ha despeñado por la «ensoñación» de una montaña rusa.

Convengo con mi amigo, no obstante, que ser juez de una alta institución en España, es más arriesgado que ser torero. Y es que, de entrada, la institución de los jueces -asimilada por Sánchez a la derecha- resulta conflictiva para aquellos que no están en la nómina del Gobierno. Qué interesante ver cómo los del Gobierno, cuanto más de izquierdas son, más jueces necesitan en sus cargos. ¿Y saben por qué? Porque su actuación plena, y a los hechos me remito, va a chocar con los instrumentos de la Justicia, por algo que ya decía Cervantes: «¿no es zurda esta vara?». Lo que Sánchez así traduce: «¿y de quién depende?».

Tan zurda y dependiente que el tobogán de los jueces, tan deslizante, ya nos parece el último freno al neocomunismo antidemocrático. ¿Y los opinadores? ¡Angelitos míos! Ante una Belarra, hostión seguro. Ella es una ministra del Gobierno de España, y sus palabras y decisiones son mucho más peligrosas que cualquiera de las mías. Lo mío no será más que una opinión, lo suyo un peligro público pues, como decían nuestros clásicos del siglo de Oro, de las infames palabras, «vienen las infames obras».

La realidad, nos guste o no, es ésta: que el Gobierno ha convertido al tribunal supremo en casi supremo. El único Tribunal Supremo con mayúsculas, que ahora mismo existe en España sin casi, es el de Pedro Sánchez con el «caletre prevenido para proveer los cargos», que dice el entremés cervantino. Entre el casi y el no casi hay una diferencia abismal: la misma que entre la apariencia y la realidad. ¡Casi nada!

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