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VALLISOLETANOS OLÍMPICOS | FALTAN 183 DÍAS PARA TOKIO 2020

Pedaladas hasta las antípodas

El ciclista vallisoletano vio recompensado su trabajo sobre los pedales con su presencia con España en los Juegos Olímpicos de Sidney

El ciclista Juan Carlos Domínguez posa junto a su bicicleta y varios recuerdos de Sidney, incluído el maillot firmado por sus compañeros del equipo nacional.-J. M. LOSTAU

Publicado por
Guillermo Sanz

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Un viaje comienza con el primer paso. El camino, como decía Machado, se hace al andar... o al pedalear. Para empezar a dar la vuelta al mundo sólo se necesita un golpe de pedal y mucho sacrificio en la mochila; gasolina que llevó al vallisoletano Juan Carlos Domínguez hasta las antípodas, paisaje en el que sus ruedas se fundieron con los aros olímpicos.

Este viaje al fin del mundo comenzó en las carreteras vallisoletanas; esas que el ciclista desgastó desde pequeño movido por una pasión que comenzó cuando era un niño. «El ciclismo era un hobbie de mi padre. A mí, que siempre me han gustado las dos ruedas, me cautivó y empecé pronto a deslumbrar», recuerda Juan Carlos Domínguez.

Esa afición fue la raíz de un árbol que empezó a crecer como las secuoyas, grandes y sólidas. Con la tarjeta VIP de mejor amateur de España, pasó por el arco hacia el terreno profesional, donde formó parte de equipos tan históricos como Kelme, Banesto o Vitalicio. Sin embargo, se desmarcó de los grandes pelotones para vestir para una ocasión especial, en los últimos Juegos Olímpicos del siglo XX, el maillot de España.

Paco Antequera incluyó su nombre a principio de años en una terna de posibles olímpicos en Sidney 2000, junto a Abraham Olano, Óscar Freire, Santos González y Miguel Ángel Perdiguero -compañeros de aventuras que firmaron en un maillot que el vallisoletano guarda como oro en paño-. «Se me presentó la oportunidad de ir a la Vuelta a España o a Sidney. No hubo dudas. No se me daban bien las vueltas grandes... y claro, ser olímpico hace mucha ilusión», asegura Juan Carlos Domínguez.

El ciclista -que continúa activo en el pelotón con Norinver- explica que su visión no la comparten muchos compañeros de profesión: «Ganar en una olimpiada es lo más importante, pero muchos ciclistas no lo ven así. Cualquiera prefiere una ‘grande’, pero en mi caso no lo dudé, y estoy muy orgulloso de ello», confiesa, pese a que sobre el itinerario australiano la historia no escribió una nueva versión de David contra Goliat.

«Sabía que no era de los favoritos y tenía que buscar mi oportunidad antes de que arrancaran los mejores», recuerda. No hubo una brizna de piel que el vallisoletano no se dejara en la carretera. Sin fuerzas, se quedó atrás en la segunda arrancada e, incapaces de neutralizar la escapada, optó por poner el punto y final a su participación olímpica con la retirada. «Te queda la cosa de haber abandonado pero, en ciclismo, finalizar no es tan importante; lo importante es estar entre los primeros. Ojalá hubiera hecho más, pero mi valoración es buena. Se me queda el buen sabor de boca de haber dado todo desde el principio», admite.

La aventura australiana fue breve, pero dejó una maleta llena de recuerdos procedentes del país de los canguros. Una de ellas, fruto del despiste. Mientras veía en directo cómo volaba Marion Jones sobre el tartán olímpico le saludó una joven vallisoletana, vecina suya en Santovenia. No era otra que la joven Maite Martínez a la que no la reconoció. «Yo estaba en plenitud y ella estaba casi empezando. No la reconocí. Ahora la conoce todo el mundo. Además, hemos coincidido en muchos eventos y es una chica muy maja», asegura.

Otra anécdota que Domínguez se trajo de las antípodas fue sobre ruedas... pero no sobre las de la bicicleta, sino sobre las del patinete que se compraron los integrantes del equipo ciclista para recorrer una villa olímpica que parecía más un «todo incluido» en el que el día después de la competición desayunaron hamburguesas. «Íbamos con el patinete a todos los sitios», rememora.

Sidney no fue una tierra prometida para Juan Carlos Domínguez en lo deportivo. A pesar del esfuerzo, no pudo traer ningún suvenir que no tuviera forma de boomerang. El desgaste olímpico fue tal que renunció a ir al Mundial ese año «porque no me veía moralmente fuerte, estaba sin ilusión», admite. El momento dorado del iscariense tardó un poco más en llegar. No tuvo que ir tan lejos para cincelar su nombre en la historia; sólo hasta Italia, donde en 2002 fue maillot rosa por un día.

El prólogo del Giro escribió el «recuerdo más bonito» de Juan Carlos Domínguez. «No quería ir porque, en ese punto de realismo, pensaba que si me quedaba aquí podía ganar una vuelta de las mías». Finalmente le convencieron para pisar uno de los escenarios con los que sueña cualquier ciclista. «El que quedó segundo se veía ganador y le ganó por un segundo. Entré a meta con un golpe de riñones, algo que no es muy normal en una contrarreloj. A veces estás muy bien y no te sonríe la suerte y otras veces es al revés», sentencia.

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