Diario de Valladolid

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EL RESCATE de los dos relieves visigóticos procedentes del suelo del altar de Quintanilla de las Viñas, que fueron robados en 2004 y hallados este enero en el jardín de unos nobles ingleses, tiene que funcionar de catapulta para la declaración de nuestro legado visigótico como patrimonio de la Humanidad. Sólo el hecho de que sea un patrimonio rural y disperso, huérfano de avales políticos, puede explicar la extravagancia de que todavía no cuente con el entorchado patrimonial más alto. Ese es hoy el reto.

Porque, a diferencia de otras manifestaciones artísticas vicarias, su singularidad resulta seductoramente incontestable. Si alguien lo duda, que visite San Pedro de la Nave en El Campillo zamorano, que se acerque a Baños o que ascienda desde Valdelateja a contemplar la ermita de santa Centola y santa Elena. Y ya puestos, que viaje hasta la tierra de Lara, donde se muestra la maravilla de Quintanilla de las Viñas, en el solar fundacional del condado de Castilla.

Este territorio histórico, que vio crecer a Fernán González, conoció un desarrollo fulgurante. Un espinazo rocoso del que emerge el picón de Lara abriga su cogollo. Lo que queda de la primitiva construcción visigótica es el ábside cuadrado con un apunte de crucero, al que presumiblemente le faltan sus capillas laterales. El resto de la planta, con tres naves, lo dibujan los cimientos puestos al descubierto por los arqueólogos. El recinto que acoge los sillares milenarios es un lugar hermoso y bien cuidado por un joven guarda, digno sucesor del pionero Jesús Vicario, que entregó su vida al monumento.

Es importante repasar sin prisa los frisos de la cabecera, decorados con motivos simbólicos, tanto vegetales como animales, y signados por tres anagramas cuyo enigma no es fácil dilucidar. La guía impagable del guarda ayuda a descubrir los secretos apenas entrevistos en el misterio de la penumbra. Porque estamos en uno de los recintos más sugestivos de nuestro patrimonio cultural, tanto por la labra de sus paramentos, como por los enigmas que acumula la decantación de los siglos.

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