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Ricardo G. Ureta

Despoblación e inmigración

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AHORA QUE el foco de atención de la política internacional está sobrevolando el fenómeno y las consecuencias de la inmigración desde África a Europa y los retos que esa riada humana conllevan para España, cabe preguntarse qué tipo de atención se le va a dedicar a la otra corriente de desplazados que está vaciando los pueblos de este país y si ésta tendrá tanto espacio en el debate político o movilizará tanta solidaridad y buenismo. La despoblación es un fenómeno demográfico más grave, a mi entender, por encima de casos puntuales y cegadores para la opinión pública, como los barcos cargados con emigrantes que, a su vez, esconden la realidad de las docenas de pateras y centenares de personas que llegan cada día a las costas españolas. La despoblación es más preocupante, si cabe, al percatarnos de que una buena parte de los emigrantes que llegan a España de forma ilegal o irregular no se quieren quedar aquí y emprenden camino hacia el norte de Europa. Pueblos y pueblos vacíos, comarcas que son desiertos poblacionales pero que gozan de recursos naturales para garantizar la vida y el trabajo, con la agricultura y la ganadería en proceso de concentración forzosa por falta de brazos. Así se va muriendo el medio rural al que no quieren irse a vivir ni aquellas personas que vienen de la guerra o de la pobreza.

El nuevo presidente del Ejecutivo Central ha creado la figura de la Comisionada del Gobierno para el Reto Demográfico, dando forma a una promesa que los socialistas castellano leoneses se han apresurado a recalcar: la lucha contra la despoblación es una prioridad. El remedio pasa, ya lo sabemos todos, porque los que viven en el campo no se vayan. Es lo primero y básico. El rejuvenecimiento poblacional del medio rural, sea por nacimiento o por emigración desde el medio urbano, sólo llegará si hay condiciones económicas, y sociales -entre ellas las sanitarias- que acerquen la realidad de la vida en los pueblos a la de las ciudades medias. Esta Comunidad cuenta con sólo 15 ciudades con más de 20.000 habitantes, pero en otra treintena de localidades la cifra de vecinos va de los 6.000 a los 20.000. A ese tipo de núcleos de población entiendo que hay que dirigir principalmente las políticas de despoblación para que se conviertan en tractores de la actividad socioeconómica de su entorno y favorezcan la supervivencia de pueblos de menor entidad. Estoy pensando en pueblos como Béjar, Briviesca, San Andrés, Bembibre, Almazán, Cuellar, Toro, El Burgo de Osma, Arenas de San Pedro, Medina de Pomar, Guardo, Venta de Baños, Guijuelo o Aguilar de Campoo, entre otros, en los que poder enfocar ya ese trabajo.

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