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Javier Pérez Andrés

El árbol de la libertad

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UNA AMIGA que vive estos días el esperpento y sobresalto en su país catalá, me dice que, a pesar de todo, «l’ametller va florir. O sea, que el almendro florece. Todo un mensaje. La flor de árbol de la libertad, pregonero oficial de la primavera, se convierte en un canto a la esperanza, a la belleza y a la cordura en ese escenario envuelto en conflicto teatral sin precedentes en la política europea.

El almendro lleva con nosotros más de 2.000 años. Vino de oriente y lo trajeron los fenicios. Bien lo sabe Maria Josep Estanyol, barcelonesa que ha dedicado 43 años a impartir clases de cultura cartaginesa y lengua fenicia en la Universidad de Barcelona (UB). Esta noticia ha saltado a los medios españoles para contrarrestar los titulares del final del fugitivo cansino. Todo esto viene a recordarnos que, con sus últimas clases, se apaga la llama de aquella cultura comercial y guerrera que hacía jurar a sus hijos «odio eterno a los romanos». Pero también que, al final, el hijo de Amílcar Barca tuvo que firmar la paz con Roma después de guerrear lo suyo.

Bajo la alfombra de la historia de esta tierra siguen las huellas de Aníbal y de los almendros que, por aquel tiempo, ya florecían. Lo digo por si alguien, a estas alturas del mes de marzo, no se ha percatado de que el almendro ya está en flor. Pocas veces la naturaleza próxima nos regala una estampa tan bella, con toques orientales sobre el lienzo verde y ocre de esta tierra. La esparce al azar, menos en aquellas lindes que aún siguen custodiadas por hileras de árboles, como un canto a la propiedad privada, al huerto y al majuelo. Todos siguen ahí, a su libre albedrío, sin patrón ni jardinero. A la intemperie. En el camino, en el extrarradio, a las afueras del pueblo y en los lugares más increíbles.

El almendro es todo un símbolo de libertad. Su floración –mil veces lo he escrito– debería ser un canto reiterado para las artes en todo su abanico: poesía, pintura, literatura, fotografía, audiovisuales… Algo así como lo que pasa en Japón con la floración del sakura. Familias enteras, enamorados, niños y ancianos posan cada primavera bajo las ramas floridas de los cerezos para inmortalizar el momento que –allí y acá– no es otro que el de la belleza, la sensibilidad y el amor. Ahí están, frente a nuestras ventanas, las flores de los almendros, gritando libertad en cada primavera.

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