Mirar para otro lado
ENTRE la noche del viernes, en un café situado entre la Ponti y la plaza Mayor salmantina, en la que acamparon conversaciones líquidas y voraces y bebidas compartidas, tributo a la nostalgia de épocas de juventud resuelta y entusiasta, y la tarde del domingo, ayer, en Montemayor de Pililla, una aldea irreductible de la tierra de pinares vallisoletanas, han pasado muchas cosas. Como siempre.
A Valladolid llegó una recreación de la visita de Carlos V. Y Valladolid lo recibió con multitudes por las calles. Más que en 1517, y eso que entonces no había tantas distracciones tecnológicas como hay ahora. No creo ni que hubiera liga de fútbol, digo yo. Ni Sálvame.
Al personal la cultura le importa un bledo. Ayer leí el artículo que en EL MUNDO publica todos los domingos Fernando Aramburu. El autor de Patria, ese libro. El que deja en mal lugar a los que callaron y miraron para otro lado cuando ETA disparaba en la nuca como quien se fuma un pitillo.
Escribía Aramburu que cuando los etarras y sus secuaces asaltaban librerías nunca robaban un libro. Que eso les retrataba. La violencia, como los delirios nacionalistas y supremacistas, necesitan personas que lean poco. Libros de calidad, ninguno. Historia real y objetiva, aún menos. Sólo eslóganes, frases que llamen a los más emocional, trufado con milongas localistas y mentiras descomunales, que con todo lo guay que es esa parte de cerebro, donde residen los estímulos primarios, si le dejamos que conduzca el autobús acabamos todos despeñados.
Pues eso. La cultura importa poco. Y sólo se saca a relucir para autoflagelarnos. Como si haber sido un Imperio fuera pecado. No se lee pero se acude en masa a recreaciones históricas. Gusta echar un ojo en plan friki a determinados acontecimientos de lo que fue España, y por lo tanto de lo que hemos sido. Pasajes sueltos, desubicados.
Pero no le diga usted al personal que salga a la calle a luchar contra el presente. Eso, dicen, que lo hagan otros, que para eso pagan impuestos. Mejor callar y mirar para otro lado.