Diario de Valladolid

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ESTE verano, solo con darnos una vuelta por los pueblos de interior, por sus cabeceras de comarca y por las capitales de provincia, podemos percatarnos de la buena salud presupuestaria municipal. Las fiestas se llevan un buen trozo del pastel del erario público. El verano tiene estas cosas. Fuera de las ciudades, las fiestas de los pueblos son el corte que cada año le damos, con valor e irresponsabilidad, al toro de la despoblación. Y lo hacemos todos, cada uno en nuestra propia plaza. A veces cuesta entender tanto dispendio y decibelio en localidades heridas de muerte, pero así son las cosas. El pan y circo de antaño es música y toros hogaño. Nada criticable… ¡estaría bueno!

Sin estas fechas del calendario rural y sus excesos mataríamos definitivamente el único atisbo de autoestima que nos queda y, de paso, el gusanillo que remuerde la conciencia cuando, al final del verano, se regresa a la ciudad dejando atrás la aldea que languidece y se apaga esperando la Navidad. Las fiestas, dicho sea de paso, son tan necesarias que, sin ellas, nos quedaríamos sin la razón de ser, sin la raíz y sin nuestros referentes culturales. Es más, pienso que, si no existiese el verano, los pueblos ya habrían desaparecido. Tendrá que ser así. Pero sería bueno recordar a los jóvenes y a los quintos que procuren guardar, para el resto del año, esa capacidad para organizarse y divertirse que tienen durante las fiestas. Ya quisiéramos muchos la misma respuesta de las peñas en otros frentes del asociacionismo juvenil en el medio rural. Ya nos gustaría que los quintos de toda la vida reservaran algunas dosis de amor a su pueblo para los largos inviernos, involucrándose en la actividad cultural y en las reivindicaciones sociales.

Algún día deberíamos premiar a las asociaciones culturales de los pueblos y, en especial, a las que lideran las mujeres, por hacer verdaderos milagros con poco dinero, consiguiendo entretener, informar y divertir a los que viven dentro y a los que vienen de fuera.

En unos días, las bicicletas desaparecerán de la plaza, se cerrará la bolera y el bar, y se acabará la liga en el polideportivo. Me alegro por el concejal, que descansará de los veraneantes, que exigen más al Ayuntamiento que los que viven todo el año sin sol, al principio y al final del verano.

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