Diario de Valladolid

FÚTBOL / REAL VALLADOLID

El Real Valladolid entra en el infierno

Cuarta derrota consecutiva y sin goles de un equipo blanquivioleta que completó un partido lamentable / Masip paró un penalti pero no sirvió de revulsivo / El Yamiq finalizó el encuentro como delantero, completando el caos táctico / La zona de descenso se sitúa ya a dos puntos

Kenedy, lesionado.

Kenedy, lesionado.

Publicado por
Arturo Alvarado
Valladolid

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El canto tercero de la Divina Comedia se inicia con la entrada de Dante y Virgilio a los infiernos, en cuyo dintel figura la siguiente frase: ‘¡Oh, vosotros que entráis, abandonad toda esperanza!’.

No hay frase más dura ni más dañina para el ser humano. Se puede perder una ocasión de gol. Se puede perder el balón. Se puede perder un partido. Se puede perder hasta el sentido del ridículo. Pero nunca se puede perder la esperanza. Es el motor de la vida, de la evolución, del anhelo humano por ser cada día mejor, de la fe en el futuro.

Sin embargo, el Real Valladolid perdió la esperanza ante el Rayo. Por completo. Y ha entrado en el infierno después de completar cuatro derrotas consecutivas en Liga, entreverada otra en Copa. Las cinco cuentan con otro nexo: ni un solo tanto marcado en estos 450 minutos. Lector, si escucha decir a alguien del club que no hay un problema con el gol, o es un tarado o le está engañando.

El encuentro comenzó con un intento de epopeya y acabó en sainete. El Real Valladolid se metió en el traje equivocado y no se rajó, sino que acabó reventando en múltiples trozos, cada uno reflejo de una de las carencias del equipo.

Porque brotaron todas de repente, como los esqueletos del terreno para la piscina de Poltergeist. Guardiola es titular, pero no hace nada y es cambiado. Entra Weissman desde su estantería del mercado, pero tampoco hace nada. Kenedy, de profesión sus lesiones desde que llegó a Zorrilla (¿o antes?) es titular y vuelve a caer por un problema físico. Malsa sale y se empeña en dar balones al rival, como si los necesitase. Plata ya es bronce y lleva camino de convertirse en latón. No baja a defender ni por decreto ley. La medular fue como los apliques del pasillo: se ven cuando se pasa de un área a otra pero no se mueven, excepto Kike, cuya recompensa por ello fue ser cambiado.

En esta ceremonia de la confusión, hasta Fresneda estuvo borrado. Pero el culmen fue sacar a El Yamiq a la desesperada como delantero centro, buscando la enésima recreación del efecto Alexanco. Un movimiento  a la desesperada y un grito público al club para que fiche delanteros. «¡Cómo estará arriba el Valladolid que sacó de delantero al central marroquí ese de la chilena a Francia!», podría decir un señor de Cuenca.

De la pira colectiva se salvó Masip, y porque su juego no es asociativo. Paró un penalti a Isi y dos tiros a la escuadra de Lejeune y Fran García. Dos defensas. El Rayo atacaba hasta con los de atrás y el Pucela no lo hacía ni con los de delante. Para rematar el panorama, Mesa, el jefe del vestuario, no salió. Más leña al fuego para un camarín que no es precisamente la cubierta del barco de amor.

Todo salió al revés. Tan torcido como la batuta de un Pacheta incapaz de evitar el desangramiento gradual de su equipo. Un tímido ajuste de delanteros fue lo único que deshizo su dibujo táctico, cada vez menos trampolín y más corsé. El Pucela se aprisionó de tal forma que perdió el aire y llegó a los últimos minutos inane, insustancial, vacuo, irrelevante. En vez de presionar y encerrar al Rayo para busca el empate, aunque fuese físicamente a puro huevo, al quedarse los argumentos futbolísticos en el autocar, dejó pasar los minutos sin pena ni gloria. Sin hacer nada. Como deseando irse. Había abandonado toda esperanza. 

 

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«Faltó alegría», dijo Pacheta tras el partido. Habrá que poner a sus chicos la novena de Beethoven, llevarlos al circo y, si les cuadra y no piden descanso, como solicitaron para el 26 de diciembre, trabajar de forma efectiva para cubrir carencias, no para seguir el libro de ejercicios escrito en verano. 

El partido se resume en que he dudado si ponerle a Dimitrievski una estrella o un ‘sin calificar’. He optado por lo primero porque el macedonio salió bien a cortar por abajo un par de balones y fue a buscar otros tantos detrás de su portería.

El comienzo fue esperanzador para los locales, pero en el minuto 5 se vio que no era el día del Pucela: Guardiola recibió de espaldas y a cinco metros de portería el balón. No supo girarse y tirar, reafirmando el dicho de que los hombres no pueden hacer dos cosas a la vez.

Los locales tenían el balón pero no finalizaban las jugadas, de modo que el Rayo, menos exigido, le discutió la posesión para hacerse con el cuero y provocar peligro. Masip sacó la pelota de la escuadra, tras tiro de Lejeune y se coronó parando un penalti a Isi, que tiró  a la izquierda del meta. 

El castigo llegó por una mano de Monchu. Le dio el balón en el brazo y no lo vio llegar. Fue de ese tipo de faltas selectivas que se señalan no por el movimiento del jugador sino por su escudo.

El paradón de catalán debió dar alas al Pucela, pero vegetaba con un fútbol sin medio campo, lento, profundamente previsible y sin  presión tras pérdida. Plata tuvo el gol al recibir  balón en profundidad pero tiró antes de tiempo. Por cosas así no juega en otro equipo mejor. La primera mitad se cerró con el disparo cercano a la cruceta de Fran García, Masip sacó otra manopla salvadora.

La segunda parte fue infame por parte blanquivioleta. Un cúmulo de despropósitos que, puestos uno encima de otro, superaron la altura del Duque de Lerma (el edificio, no al inventor de pelotazo urbanístico). El Pucela se pudo adelantar con un tiro de Plano. El balón iba mal pero pegó en un defensa y pasó cerca de la meta. La ocasión más clara fue creada por un mal tiro de Weissman. Tan malo, que se convirtió en asistencia a la que Plano, solo y sin portero, no llegó por centímetros.

Y llegó el gol. Un balón centrado desde el lateral derecho rayista pilló en bolas a los blanquivioleta, situados casi al completo en zona de ataque. El cuero es colocado de cabeza al borde del área sin que Fresneda sepa anticiparse y Álvaro lo recoge en una zona diestra defensiva pucelana como el desierto de Atacama. Plata bajó a defender al trote cochinero y no llegó. El sevillano pasó a Isi, que se abrió hueco ante Joaquín para marcar pegado al palo corto.

Era el minuto 20 y entonces acabó el Real Valladolid. No hubo más. No hizo nada. Sólo el ridículo ante un rival que pudo marcar más tantos. Ni un arranque de furia para buscar el empate en ninguno de los diez jugadores de campo. Nada. Y el decenso, a dos puntos.

Cuando Dante entró en el infierno, se dio cuenta de que estaba formado por nueve círculos, cada uno más espantoso que el anterior. El Pucela ya pisa el primero. O sale pronto o en la segunda vuelta se le podrá comer a la parrilla.  

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