Enrique Reche presume en la Galería de Arte Rafael de su pincel preciosista
El artista vallisoletano exhibe en la sala su pincel hiperrealista, en óleos, acuarelas y hasta aguadas en grafito
Es un motivo que le «apasiona», explica Enrique Reche (1965) al contemplar una de las obras que hasta el próximo 2 de abril cuelgan en la Galería de Arte Rafael (Miguel Íscar,11). En ella están contenidas todas las claves de los trabajos reunidos en la muestra Pintura . «Es un cuadro agraciado en tonos: cuando la fruta se exhibe así de carnosa, en todo el esplendor de su madurez, se aprecian azules, verdes, toques de carmín... Me apasiona esa variedad cromática», reconoce el vallisoletano al contemplar la media docena de brevas depositadas en una bandeja de plástico, sobre una peana (en la imagen) limpia. Lo natural y lo artificial, y el reto de mimetizar la realidad con un pincel o un lápiz.
A eso se aplica con éxito un Reche que, bien con óleo o acuarela, sobre papel o lino, o bien con aguadas en grafito sobre papel –una técnica con la que está experimentando en los últimos tiempos, que le brinda una gran libertad–, puede presumir de su certero trazo hiperrealista en cualquiera de sus bodegones. Naturalezas muertas que, en buena parte, se pudieron ver el pasado mes de noviembre en la galería zamorana Espacio 36.
Reche exhibe en la Galería Rafael algunos de los óleos sobre papel de la serie Floris , con unas flores sobredimensionadas y privadas de su tallo, que se hacen luminosas frente a un fondo vacío. « Buscaba un tema preciosista y natural, que me permitiera indagar en todas las texturas », explicó el artista a este diario durante la inauguración. A su lado, una rosa a la que va abandonando su hermosura, que se va plegando sobre sí, que va perdiendo su color a medida que el paso del tiempo impone su ley sobre ella, resecándola. De ese trabajo, advierte Reche, surgieron los otros.
Ese juego, ese desafío, el de plasmar poros, nervaduras, fracturas, oquedades –la vida que se queda o se va, en definitiva, en el lento proceso hacia la descomposición–, incita a Enrique Reche a pintar lechugas, membrillos, cocos o melones abiertos, flores que descansan frente a azarosos fondos geométricos que llevan la mirada más allá del primer plano.
También un Árbol seco o la serie Engarzados , con sus placas de piedra, de terracota, madera, mármol o bronce oxidado que Reche ‘abraza’ con grapas de metal en un sutil y confeso homenaje a Eduardo Chillida.