Diario de Valladolid

Molinero y De la Cruz entrelazan versos para conjugar dos despedidas

El vallisoletano y el arandino se encuentran en ‘Cincuenta Cencelladas’, juego poético marcado por la muerte de sus padres y por la ternura

Jorge M. Molinero y Carlos de la Cruz. | BEATRIZ RODRÍGUEZ

Jorge M. Molinero y Carlos de la Cruz. | BEATRIZ RODRÍGUEZ

Publicado por
Julio Tovar
Valladolid

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‘La poesía no es nada si no te puedo abrazar’, escriben los vates a modo de despedida, cuando  se disponen a cerrar el libro para que ‘se abra en canal la vida’. Pero si algo no falta en estas páginas, es eso: el latido de la vida en la amistad que se celebra y que se bebe, y en los recuerdos que se agitan para que permanezcan; y la muerte, que extiende su sombra por todo el poemario hasta transformar en homenaje lo que era, inicialmente, juego creativo y desafío literario. Jorge M. Molinero (Valladolid, 1976) y Carlos de la Cruz (Aranda de Duero, 1973) entrelazan sus voces en Cincuenta Cencelladas (Editorial Versátiles).

«Todo empezó como un juego, algo íntimo y privado. Crear poemas como si fuera una correspondencia», explica a este diario el vallisoletano, autor de poemarios como Bluebird (Páramo, 2020) o La cuarta hija de Rosa (La Penúltima, 2016). Poemas como Dislexia dan fe de su deseo de experimentar. «Somos pequeños, por lo que a la hora de crear somos muy libres. Y estos poemas, al no nacer con la pretensión de ser publicados, lo son mucho más . Nacen de un juego, de arriesgar y entrar en lugares donde no lo hacemos en proyectos personales . Los poemas conversan los unos con los otros y pierden nuestra identidad por el camino», apunta el también responsable de títulos como Gominolas en los bolsillos (Zoográfico, 2015), aún sorprendido por «la simbiosis en el lenguaje  y en el sublenguaje, incluso en los silencios». 

Lo que empezó, ‘entre mezcales y vinos del terruño’, como un reto entre Molinero y el autor de Ópera de la Malaestrella (Ediciones Oblicuas, 2009) jugando a ser indomables paulnewmans sin huevos ni genovevas, se transformó al morir sus padres. Hermanados en la poesía y en el dolor.

La ternura fue cubriendo las páginas en poemas como Mi hermoso viejo zurita, Like a rolling stone o Calaverita , en los que los escritores evocaron a los ausentes casi con la mirada de asombro del niño que fueron; que son. ‘Diré :mi padre cortó las crines del general custer / fue el primer hombre en pisar saturno /  inventó el cielo de castilla en su paleta de grises / habló con d__s & trenzó universos en el pelo /  de mi madre’, se lee en Cincuenta Cencelladas . La ternura. Y el orgullo. Y el amor. Y el peso de su recuerdo –‘Me queda enorme tu espejo’, lamenta el vallisoletano en Ponte en los zapatos del otro –.

«Comenzó como un reto. La muerte de mi padre hace que eso sea, por desgracia, demasiado fácil, pues siento que necesito escribirlo por primera vez en mis poemas como realmente era, como un hombre maravilloso al que admiro. Antes lo utilicé como cara oscura para contar mi visión del mundo. La ternura es la piedra angular de este libro. Carlos me enseñó a decir te quiero a las personas que quiero, y con esa premisa vamos armando un libro que tiene un gran dolor dentro, pero nos salva todo el amor que sentimos el uno por el otro y por los padres », sentencia el vallisoletano.

Y los hijos, hoy convertidos en padres también, desnudan su desencanto ante la herencia que se deja a los que han de venir. ‘Que todo es cartón piedra /  a un chispazo de la ceniza / que la felicidad es una palabra rimbombante / & un callejón sin salida’, se lamenta en Mijita . «El desencanto es lo más habitual en esta era del querer todo y ya. Nosotros tenemos nuestra edad y sabemos de la pausa y el vinagre, de la sal sin el tequila y el limón, de la silla que cojea y del agujero en el bolsillo y es inevitable que lo mostremos», reconoce Jorge M. Molinero.

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