EL MPH amplía el relato del arte con una escultura dúctil
El Museo Patio Herreriano reivindica el arte español de las últimas décadas con una exposición en cinco salas del centro que propone una mirada alternativa, alejada de dogmas, desde el contraste entre lenguajes y la variedad de enfoques

Redondo y Hontoria junto a obras de Fuster, Dauder e Irazu en la sala 6 del Museo Patio Herreriano .-PABLO REQUEJO - PHOTOGENIC
Una suerte de pentagrama con oscuras geometrías planas que caen en cascada. Imágenes que recuerdan la performance que una vez fue, y de la que ya sólo queda el recuerdo de la huella que ocupó en el espacio. Textos rítmicos y contradictorios que se derraman por el papel hasta saltar al espacio convertidos en sonido. Un artista que se desvanece entre el polvo levantado por la escoba en su propio taller... Cuatro artistas de distintas generaciones reunidos en la sala 7 del Museo Patio Herreriano: Elena Asins (1940-2015), Patricia Dauder (1973), Itziar Okaritz (1965) y Jaume Pitarch (1963) –la primera y el último pertenecientes a la Colección Arte Contemporáneo–.
Creadores que con el gouache, la fotografía, la instalación y la videocreación encarnan el espíritu de la propuesta inaugurada ayer por Javier Hontoria, director del Museo de Arte Contemporáneo Patio Herreriano, que permanecerá en cinco salas del centro hasta el próximo 13 de octubre: Una dimensión ulterior. Aproximaciones a la escultura contemporánea en España. Una mirada alternativa al medio que, en el caso de los citados, integra elementos ignorados por la tradición, inasibles.
«Cuando hablamos de una ‘dimensión ulterior’ tratamos de mostrar lo que aportan los artistas más jóvenes a los presupuestos de las generaciones anteriores», resumió Hontoria en declaraciones a este diario, antes de la inauguración de una muestra que remite a otra celebrada en el Museo Patio Herreriano en 2003, titulada Cuatro dimensiones.
El director del MPH, decidido «a poner en valor el arte realizado en España en las últimas décadas», como advirtió ayer al tiempo que alababa las «soberbias» obras que integran la Colección Arte Contemporáneo, ha vuelto a contar con algunos de los grandes autores sobre los que se levantó aquella primera exposición, que resumía 25 años de creación escultórica española con obras de Fernando Sinaga (1951), Eva Lootz (1940), Adolfo Schlosser (1939-2004) o Cristina Iglesias (1956), abriendo en esta ocasión las puertas del museo a nuevos discursos como los de June Crespo (1982) o Nuria Fuster (1978).
En estos últimos tres lustros, sostiene Javier Hontoria, ha sido la escultura la que más ha evidenciado las transformaciones de un tiempo vertiginoso, líquido, que todo lo unifica limando cualquier arista. «La escultura es hoy el lenguaje de la resistencia», reivindica el responsable de Una dimensión ulterior que, huyendo de dogmas, hila su relato tejiendo pequeñas y múltiples historias en capítulos como Extrañamiento de lo propio (sala 3); Voz de la materia (4); Torsión del cuerpo y del lenguaje (5A); Naturaleza: origen, esplendor, residuo (5B y 5C); Un problema de forma y de fondo (6) y Tiempo y espacio de la escultura (7).
«Todo se ha horizontalizado tanto que los referentes se han diluido. Lo que hacemos en una sala como la 3 es reunir a artistas que ahondan en lo vernáculo, que pelean contra la homogeneización imperante poniendo los pies firmes en el suelo que pisan, en su contexto, en lo propio. Pero, a veces, lo propio acaba siendo raro...», advirtió Hontoria mientras contemplaba la esquemática abstracción de Christian García Bello (1986) Un pie sobre otro, una obra en madera que remite a la figura de un Cristo crucificado. Entre las diferentes y poéticas piezas hechas con materiales humildes son, sin embargo, las grandes esculturas de Jorge Barbi (1950), el cucharón de Utensilio, y Fernando García (1975), con esas alacenas mutadas en Tótem, las que atrapan la mirada primera frente a trabajos más contenidos como el del arandino Diego Delas (1983), con los bloques arcillosos y la lata de Memory palace, o los del celebrado Ángel Ferrant (1890-1961), como Aldeana de Fiobre o Marinero Narciso.
«Hoy, cuando ya no hay escuela alguna ni istmos, si hubiera algo que pudiera identificar a esta última generación sería eso: la vuelta a las raíces, a recuperar referencias de la primera mitad del siglo XX. Es algo que está vinculado también con un hartazgo de la vida en la ciudad, de lo tecnológico», defendió Hontoria.
En la sala 4, el visitante se reencontrará con esa pieza de fieltro, lacre y parafina de Lootz que evoca una lengua llena de vocales y consonantes, mientras que Juan López (1979) parece sugerir «un balbuceo, una letra a medio decir» con la rotundidad del cemento de Cada día parece más otra cosa. Artistas empeñados en hacer visible y tangible lo que sólo puede ser escuchado.
También lo hace en el siguiente espacio una creadora como Julia Spínola (1979), en esa suerte de sintaxis articulada, de palimpsesto retorcido de madera, cartón y metal que es Brazos, chorro, mismo. Mientras que con los Santos y con El fantasma, Pepe Espaliú (1955-1993) y Antoni Llena (1943) se abisman en unos cuerpos quebrados, mínimos, frágiles, evanescentes.
Si lo contenido en la sala 3 bien puede servir de epítome de ese discurso alternativo y rompedor que propone Una dimensión ulterior, las esculturas que integran el capítulo Un problema de forma (y de fondo) abocetan un viaje y hablan de un tiempo ya lejano en el que la disciplina explosionó, abandonó viejos esquemas para emprender un crecimiento que sigue vigente, y de cómo sus ecos acabaron resonando en épocas posteriores.
«En los años sesenta y setenta en España, el arte conceptual echó por tierra todo el formalismo. Empezó a primar la idea más que la propia obra, hasta el punto de que aquella podía ser ya creación sin necesidad de darle ninguna forma. Y aunque seguía habiendo reflexión en torno a los materiales, a la superficie o el volumen, se introdujeron elementos impensables hasta entonces, como lo narrativo o lo subjetivo», explicó Hontoria a las puertas de una sala que se abre con una suerte de trampantojo, el que presenta Ángela de la Cruz (1965) con unas obras, Standing up box e Hybrid IV, que parecen hechas de plástico deformable cuando en realidad tienen la solidez del metal, y cuelga Presionador, la colchoneta aplastada por Fuster contra la pared por una barra de hierro que parece una grapa horizontal.
Nada que ver con la inviolabilidad del acero inoxidable de Power, de Pello Irazu (1963); ni con la arquitectura de fibrocemento, hierro y alabastro creada en los noventa por Cristina Iglesias (1956), cuando Susana Solano (1946) facturaba en hierro Entre cuatro. Reflexiones sobre la materia y la forma.
«Los nuevos artistas toman estas referencias anteriores para subvertirlas, introduciendo por ejemplo codigos y nuevas imágenes nacidos al abrigo de lo digital», detalló Hontoria, que ha buscado entablar diálogos entre los creadores desde el contraste, en ocasiones. Así, por ejemplo, June Crespo camufla la aspereza del cemento revistiendo su fría piel con unas telas vaqueras, en la antropomórfica Cheek to cheek, mientras que en Daytime regitime va más allá del espíritu oteiziano presente en muchos escultores vascos que sucedieron al guipuzcoano empleando elementos propios de la cultura popular, como una revista de moda.
La concejala de Cultura celebró ayer la nueva propuesta creada desde el MPH por convertir a Valladolid en un referente gracias, también, a la última exposición inaugurada por el Nacional de Escultura, Almacén. Hontoria, por su parte, subrayó agradecido el apoyo económico que Bodegas Vega Sicilia ha brindado al montaje de Una dimensión ulterior.