70 SEMINCI VALLADOLID 2025
El trauma y la resilencia femenina protagonizan la jornada del miércoles en Seminci
Pere Vilà Barceló, Kristen Stewart y Christian Petzold ahondan en el trauma desde ‘Cuando un río se convierte en mar’, ‘La cronología del agua’ y ‘Mirrors No. 3’

El equipo de 'Cuando un río se convierte en mar', una de las tres películas que narran el trauma
El trauma y la resiliencia femenina acapararon hoy el protagonismo en la sexta jornada de la 70 Semana Internacional de Cine de Valladolid, donde se sumaron a la competición de la Sección Oficial los últimos trabajos de Pere Vilà Barceló, Kristen Stewart y Christian Petzold. Desde tres propuestas antagónicas, ‘Quan un riu esdevé el mar’, ‘La cronología del agua’ y ‘Mirrors No. 3’ presentan a tres personajes femeninos que lidian como pueden con un dolor visceral en tres relatos con propuestas estéticas y formales bien diferentes.
La mañana arrancó con ‘La cronología del agua’, la adaptación a la gran pantalla del libro homónimo de memorias de la exnadadora Lidia Yuknavitch, que supone el salto a la dirección de la estrella hollywodense Kristen Stewart (‘Crepúsculo’). Durante ocho años, ella ha estado trabajando en este proyecto, “escribiendo y reescribiendo el guion”, que pone negro sobre blanco la historia de supervivencia de la protagonista, informa Ical.

Un fotograma de 'La cronología del agua'
La película recorre desde su infancia, marcada por los abusos y maltratos, hasta sus años universitarios enredada en las drogas y el alcohol, en una espiral de la que solo pudo escapar a través de la literatura.
“La cronología nos convence de que vamos hacia algún sitio”, señala la voz en off de la protagonista (una colosal Imogen Potts), y ahí emerge una de las claves de la película, que, como el libro que adapta, presenta un relato fragmentado, hecho añicos, de la vida rota en mil pedazos de Lidia, y de sus recuerdos. La cineasta lo logra con pinceladas impresionistas que salpican el celuloide de sangre, lágrimas y sueños rotos: en cada uno de los cinco capítulos en que estructura el film, desfilan desde su infancia ‘feliz’ hasta su relación con su hermana, primera víctima del monstruo; desde la depresión eterna de su madre hasta la mancha indeleble de moho que cada vez se hace más y más grande en el rincón de su habitación (y de su mente); desde su primer encuentro con la muerte, hasta sus sucesivos y frustrados acercamientos al amor.
La película discurre con crudeza, con Juana de Arco como única referencia de salvación a su alrededor hasta que en su camino irrumpe Ken Kesey, el mítico autor de ‘Alguien voló sobre el nido del cuco’, que a través de la confianza y la libertad le enseña a Lidia el poder de las palabras, que desde niña ella usaba como refugio, como vía para exorcizar su rabia, pero que con el mentor adecuado se pueden convertir en una ruta de expiación. “En el agua, como en los libros, puedes abandonar tu vida”, prosigue la voz en off, consciente también del abismo frente a ti mismo que supone la escritura: “En la página en blanco, nadie te va a salvar”.
Del lado de la víctima
Tras el pase, llegó el turno del equipo de 'Cuando un río se convierte en mar' fruto también de ocho años de trabajo, en este caso a cargo de Pere Vilà Barceló, que en ese periodo se entrevistó con más de cien mujeres que habían sido víctimas de algún abuso o agresión sexual. Fruto de todo ese proceso surgió la historia de Gaia (interpretada por la debutante Claud Hernández), una chica atormentada que intenta digerir la evolución del proceso de su relación con su pareja, otro joven de nombre Diego al que nunca veremos en pantalla.

Fotograma de 'Cuando un río se convierte en mar'
La cámara está con ella, a su lado, adaptándose al lento ritmo de su realidad, en un proceso vital donde la soledad y el tormento serán sus únicos compañeros. A ese abismo interior intentarán aproximarse, con más o menos éxito, su padre (interpretado con la habitual solvencia por Brendemühl) y su profesora (Bruna Cusí), en un relato que, en el fondo, habla de la empatía y de un lastre perpetuo que atosiga sin dar respiro a las mujeres, desde los tiempos prehistóricos que exploran en sus excavaciones arqueológicas.
En su encuentro con los medios en Valladolid, el director se refirió al largo proceso de investigación que le condujo a la película, en el que estuvo inmerso cerca de ocho años. En ese periodo, según explicó, mantuvo conversaciones con más de un centenar de mujeres, “sin las cuales no hubiera sido posible hacer esta película, por respeto y coherencia con lo que se quiere tratar”. “No me imagino poniéndome a escribir simplemente un guion inventando las cosas a partir de noticias. El contacto humano es imprescindible. Ellas han aportado su confianza, con conversaciones de cinco horas. Ahora veo la película y en cada plano hay fragmentos, reflexiones, emociones y sentimientos de cada una de ellas. Eso es lo que ha construido la película”, relató.
En declaraciones recogidas por Ical destacó que la extensa duración del film (que alcanza las tres horas) le daba igual, ya que su principal preocupación era “ser fiel” a cuanto le habían contado. “El tiempo es relativo. Siempre supe que la película duraría lo que tenga que durar. Tenía que dejar el espacio necesario para los personajes; quería que en la película estuvieran los personajes pero también los actores”, señaló.
Brendemühl, por su parte, explicó que esta es su tercera colaboración con el director, en quien confía “plenamente” ya que sabe cómo prepara cada proyecto. Él les empujó, según relató, a “dejarse llevar para explorar ese dolor, con esos momentos de silencio, de escucha, de presencia y no tener miedo a entrar en esas emociones”. Por su parte, Claud Hernández calificó como “increíble” la experiencia. “Ahora lo veo y no me lo creo. Yo he estado cinco años trabajando con él, y ha sido precioso. Aunque la película hable de mucho dolor, si no la hubiera hecho ahora mismo sería una persona completamente distinta, a nivel de trabajo y de alma”, apuntó. Ella también pudo hablar “con muchas supervivientes, y haber podido hablar con ellas ha sido un honor”. “A veces me daba mucho miedo no estar a la altura para ellas, porque te regalan sus historias. Para mí fue mucho trabajo de investigación para darles voz a través del personaje”, señaló.
Una familia devastada
La jornada concluyó con el estreno en España de ‘Mirrors No. 3’, donde Christian Petzold se sirve de apenas cuatro actores y una casa de campo para crear una escueta y concisa pieza de cámara en la cual plantea un juego de espejos y ‘doppelgängers’, con la pérdida y la reconstrucción de una familia en el eje de la trama.
La protagonista es Laura (Paula Beer), una joven estudiante de piano en Berlín que parece vivir fuera de su cuerpo. Viaja con su novio y otra pareja para iniciar una escapada a la que, en realidad, no quiere ir, y en su camino se cruza con una mujer estática, que la observa como si hubiera visto pasar un fantasma. Un accidente de coche en el inicio del film dejará a la joven a merced de esa mujer, de nombre Betty (Barbara Auer), en cuya casa termina instalándose para intentar recuperar poco a poco su contacto con la vida tras la tragedia.

Un fotograma de 'Mirrors No. 3'
Lo que Laura (y el espectador) no saben es el misterio que Betty esconde, un secreto callado que, cuando entran en escena su marido e hijo, no tardará en revelarse. A lo largo de menos de hora y media Petzold centra sus esfuerzos en crear la atmósfera de extrañeza que contamina el metraje. En medio de un entorno casi irreal, Laura renace pero lo hace convertida en otra persona a ojos de su anfitriona.
Las heridas sin cerrar que existen no son solo las de la protagonista, y aunque intenten mirar hacia adelante con su nueva realidad, cada personaje es consciente en realidad de que no se puede ignorar el pasado. Esta película, según desgranó el director en el estreno en Cannes (dentro de la Quincena de Cineastas), surgió durante su rodaje anterior, de ‘El cielo rojo’, cuando en una charla con aquellos actores puo sobre la mesa la premisa inicial: “Una joven conoce a una familia devastada que, gracias a ella, vuelve a recomponerse”.
La pérdida, las carencias, la ausencia y las sombras son constantes en el film, lleno de silencios y heridas por cicatrizar. La contención emocional de los personajes es otra de las apuestas de Petzold, que apenas deja verbalizar ni mostrar cuanto bulle en sus cabezas a punto de explotar. La película ofrece, una vez más en esta edición del festival, una exploración de las complejas dinámicas familiares, esta vez a través de un juego de espejos de seres que sueñan con vivir otras vidas, ajenos a la realidad que tienen ante sí.