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DECIR ADIÓS supone una dificultad similar a la de decir hola. Tan sólo varía el sentido. Irse o llegar. Una dificultad mínima. Todo lo que hace compleja la operación de despegue o de aterrizaje ha de analizarse bajo el foco de la sospecha.

Las circunstancias, ajenas a mi agenda, desde luego, han hecho coincidir mi despedida de este diario con la fecha en la que Pedro Sánchez comunicará al pueblo español, desde ese remozado balcón del Palacio Real trasladado emocionalmente a la Moncloa, si nos considera dignos, aplicados y lo suficientemente sumisos como para seguir presidiendo el Gobierno de España.

En mi caso, comuniqué mi adiós, sin melodramas ni imposturas. Con el agradecimiento a todas las personas con las que he compartido páginas y en algunos casos mucho más, sin cuentas pendientes, sin culpabilidades inexistentes. Todo lo contrario. Con satisfacción, con el enriquecimiento que otorga colaborar con un medio de comunicación libre e independiente. Y lo que todo eso conlleva en crecimiento personal y en ampliación del horizonte de libertad para la sociedad y para uno mismo.

Puede que Sánchez diga hoy lunes que se va. Que no le merece la pena tanto esfuerzo (¿). Como excusa nos ofrece el amor a su esposa, Begoña. Un caso de victimismo vicario que quizá algún día se estudie en las más afamadas escuelas de politología, antropología y trilería.

Sabedor de la idiotizada e infantilizada sociedad en la que habitamos, rasgos especialmente visibles en las bases y mandos socialistas, Sánchez ha interpuesto un guion dramatizado a su decisión. Sea la que fuere. Desde los actos más banales hasta los crímenes más horrendos (algunos perpetrados por los socios del Supremo Líder), las consumaciones aplazadas generan una mayor expectación. Una ansiedad que tiende a revestir el proceso de un carácter ritual, casi sagrado. Para mayor gloria del protagonista.

Galán de telenovela venezolana, botones de hotel de amantes con siglas insaciables, Sánchez debe ser valorado como el político que evidenció la realidad cruda y desnuda de su partido y de una porción no menor de la sociedad española. Ubicada entre la gañanía y el carácter venal de sus ideas y actos. Este lunes se sabrá qué decide, pero, sea lo que sea, la radiografía social no admite recurso.

En mi caso, digo adiós a varias décadas de colaboraciones en este diario. Gracias, señoras y señores, tanto si leyeron lo que escribí como si no. La enorme libertad de saberse prescindible y sustituible es un regalo de la genética, la naturaleza y la propia personalidad. Gracias, de nuevo, y que tengan un buen día.