Cerrar

Creado:

Actualizado:

ES DOMINGO de agosto, a primera hora de la mañana, y tan solo una terraza de la plaza Mayor de Valladolid ofrece su servicio a los clientes. Después de torturar levemente al camarero sobre el tipo de café que me apetece, me entrego a la lectura del periódico. De este, en uno de sus diversos suplementos. Me llama la atención un reportaje sobre el aburrimiento. La sustancia de la información gira sobre la opuesta consideración que esta situación, modo aburrido, merece para unos y otros. Desde los que lo consideran un modo útil y hasta creativo de pasar el tiempo (no sé si cabe la expresión de ocupar…), hasta quienes opinan que no aporta nada positivo y que puede ser fuente de problemas o distorsiones emocionales y cognitivas.

Confieso que mi experiencia sobre el aburrimiento es pequeña. De modo directo, casi nula. Por referencias, alguna. Claro que, como con casi todo lo que se establece en y con el lenguaje, todo depende del significado que cada uno otorga a la palabra. Lo que sí parece cierto, y podría establecerse un consenso sobre ello, es que posee cierto contenido negativo. Decir ‘estoy aburrido’ suele pronunciarse para contraponerlo a un tiempo de diversión, entretenimiento o, al menos, un uso del tiempo con utilidad.

Liberados de los posibles malos entendidos semánticos, quizá sí exista una perspectiva beneficiosa sobre esas porciones de tiempo dedicados a lo no productivo. A una pasividad que se sitúa a medio camino entre la meditación y el embelesamiento. En términos visuales sería algo parecido a tener la mirada perdida, que tanto denota estar absorto en un pensamiento hipnótico y absorbente como tener la mente en blanco y el objetivo óptico desenfocado.

Aburrirse de modo habitual, no de manera fija discontinua, ya lo dice la sabiduría popular, suele conllevar una actitud poco satisfactoria vitalmente, por lo que no es extraño buscar, o inventarse, enemigos frente a los que lanzar la frustración que carcome las vigas existenciales.

Cuando el aburrimiento es sinónimo de pérdida de tiempo ya no solo inútil sino también como actitud de prodigalidad vital, el asunto es más serio. El tiempo es el vector en el que se construye la vida, con una orientación más o menos productiva, más o menos vinculada a las relaciones humanas y el deleite por la cultura en todas sus manifestaciones. Así que dilapidarlo sin sentido es sepultar los latidos en un anticipo funesto y macabro de un final inevitable. Mejor aburrirse como opción relajante que como derrota vital.