El arte de delinquir
EL CALOR del sol colabora en deshacer el hielo que se había formado por la noche en la pila donde beben las vacas. Para sus crías, lo recentales, hemos puesto unos cubos a la altura de sus hocicos. Ante la desigualdad, soluciones desiguales, aunque, es cierto, a veces los más grandes abusan de su posición de dominio y se echan unos tragos en los recipientes de los mamones. Algún mecanismo corrector habrá que poner, aunque lo de los límites cada vez está peor visto.
De momento, las hembras de estos predios no se han sindicado, y los sementales, dos, no consideran en riesgo su hegemonía como reproductores. Digamos que los animales se conforman con el equilibrio existente entre lo que la naturaleza ha programado y lo que se decide desde fuera de ellos para favorecer una selección que garantiza su raza.
En unas semanas, el pelo de los animales dejará de ofrecer su grosor y bastedad invernal para mostrar un brillo y finura de mayor belleza. Eso pienso mientras, junto a la chimenea, hojeo el periódico y observo el cambio de look de Anna Gabriel. De antisistema a inocente catequista de un barrio de clase media. Está claro que la chica sabe a quién debe convencer en cada momento. Y, acierta, es evidente que la búsqueda de votantes descontentos y con alma de kale borroka dista un mundo de aquellos a los que ahora pretende convencer de la bondad de sus actos (las meras ideas no delinquen). De arrogarse la representación de los más desfavorecidos (al menos en apariencia) a instalarse en la hedónica sociedad suiza. Qué arte, muchacha.
Las ideologías admiten cortes de pelo de un día para otro, incluso algún que otro tinte espasmódico. Todo, o casi, es lenguaje. Imágenes, palabras… arte. ¿Arte? La polémica de la feria ARCO permite debatir sobre el límite de la creación (supuestamente) artística. Podríamos comenzar con una pregunta: ¿la estética, más o menos acertada, elimina la culpabilidad? La libertad no debe actuar en términos de restricciones, pero el respecto a la dignidad ha de estar garantizado.