Diario de Valladolid
esqueleto piedra

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ANTONIO PIEDRA
Valladolid

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¿Y QUÉ VOY A DECIR SI NO? Antes tranquilizaré a mis amigos lectores, que no a los enemigos que ni me leen. Algunos se preocuparon cuando en la columna anterior hablé de mi salud mental. Hoy cojeo un poco, pero de mente nada. Sobre todo cuando escuché el último discurso propagandístico de Sánchez: compatriotas, en nada todos vacunados y con pleno empleo. Una alucinación mía, porque estos disparates no los dice una persona sensata. Así que sí, estoy mejor. 

La misma alucinación me surge con otros asuntos. Hasta que mi psicólogo tercia: distingue lo real de lo absurdo. Entonces comprendo que la política española, contada con la solvencia de sus dirigentes –los muertos Covid, el bestial paro, la democracia defendida por comunistas y totalitarios, Marlaska simpatizando con la violencia en Vallecas, y el Presidente del Tribunal Constitucional atacando a la prensa libre–, es el timo de la estampita. Ahora que ya estoy mejor, mi alucine parece una película de alienígenas que invaden España para machacarnos a conciencia. 

Antes de mi vacuna, los alienígenas se identificaban con los del Gobierno. En la pos vacunitis, al estar como una rosa, me he vuelto observador cual mantis religiosa. En cuanto intuyo que van a hablar los magnates gubernamentales, apago la tele para no tener alucinaciones. Y con las mismas, me voy a dar un paseo para echar de comer a los pájaros. De esto quería hablarles hoy. No de los pájaros, que ya me conocen y esperan tranquilitos mi llegada, sino del paseo. 

Resulta que el sábado fui a dar el garbeo, repitiendo cien veces por lo bajines el mantra de mi piscólogo –¡no ver a Sánchez ni a los suyos para no tener alucinaciones, no ver a… ver a no!–, y cuando estaba más feliz que una perdiz por haberme vacunado y sentirme inmortal como Supermán, ¡zas!: al cruzar ensimismado la plaza Circular, casi me pilla un coche. Me rozó la pierna y por eso ya dije antes que estoy cojo. 

Volví a casa, claro. Al ver mi mujer que cojeaba, y que miraba a los dos lados antes de cruzar el pasillo, me dijo: Tú sigues mal, Antonio. Que no, mujer, que estoy mejor, es que me ha pillado un coche. ¡A saber en qué irías pensando! Pues en nada, respondí, pero me duele la pierna. Ya, tú crees que te han vacunado de todo y no, majo, no, sólo del Covid. Anda, vete a leer tus libros y no salgas más a la calle. Protesté: pero si estoy vacunado. Sí rico, pero en la calle hay coches. 

Las explicaciones de mi mujer no fueron muy optimistas sobre mi futuro inmediato. En estas llegó Carmina, mi vecina. Al decirle que cojeaba, me miró de arriba abajo muy preocupada. Pero yo volví a la carga: sé sincera, Carmina, ¿tú cómo me ves? Te veo feo, Antonio, la verdad y, desde que te han vacunado, con un ojo a la virulé. Pues yo estoy mejor. Y se fue marcando estilo: desde luego, Antonio, no somos nadie. Eso tú, guapa, que yo estoy vacunado con Moderna. Como a ti no te pongan la rusa vas buena, tronka. 

Alucinado del todo, no me quedó otra que dialogar como mi amigo Kafka: Franz, ¿y tú cómo me ves? Muy bajito contestó: pues como una cucaracha que ahora mismo cojea, que es el colmo de cualquier insecto. Me dieron ganas de entonar en alemán lo que cantábamos de niños en el cole: ¡la cucaracha, la cucaracha, ya no puede caminar, porque le falta, porque le falta, una patita de atrás! Pero como a mí no me falta la patita, sino que sólo me duele, y además estoy mejor, pues no tuve más remedio que bucear en el siguiente alucine de esta saga interminable. 

Me refiero a la batalla de Madrid, capital Vallecas. En esta batalla de cojos al rescate emerge la derecha como generadora de una violencia jamás vista en la historia de la humanidad. Resulta que estos fachas se niegan a poner la otra mejilla para que el adoquín de Iglesias impacte de lleno en sus seseras. Violencia extrema que solivianta a los podemitas de dentro y fuera del Gobierno como heroicos gerentes que son, por derecho natural, en la elaboración del adoquín o en el paseíllo franco hacia todas las guillotinas. 

Debe ser alucinación mía que el violento y la víctima sean lo mismo. Quizás por esto, y por no soportar la violencia montaraz del facherío en Vallecas con sus agresiones a los defensores de la ley, de la igualdad, y de la democracia, haya puesto Sánchez tierra de por medio largándose a lugares exóticos africanos con la chequera repleta para reclamar unidad y fraternidad adoquinera. Aquí dejó a Marlaska –el Ministro más inmoral, corrupto y prevaricador de la historia de España, según refiere esa bárbara derecha–, para doblegar al fascio, para que ponga de una vez la otra mejilla, para que muerda el polvo y rinda vasallaje, y para que «La Pasión de Gavilanes» de Gabilondo grite desde Callao: ¡Força, força companheiro Sánchez! 

Como ya estoy mejor, y esto son las mondas de una campaña larga y violenta que acaba de empezar, hoy recalo en los versos de un hombre bueno como Machado para conjurar el salvajismo: «Caminante, no hay camino,/se hace camino al andar». Cierto, pero también cuenta mi experiencia de alucinado: antes de cruzar una calle o patear un camino, es importantísimo mirar.

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